Page 20 - Las ciudades de los muertos
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adquirido ya un aspecto abandonado gracias a la labor de unos sirvientes sin
vigilancia. Apenas había pasado ante la puerta, cuando uno de ellos se me acercó
corriendo para quejarse de que su salario era escaso.
—Buenos días, Carter bajá. [1]
—Buenos días, Magit.
—¿Cómo está Carter bajá en un día tan hermoso como el de hoy?
—Carter bajá desea estar solo.
—Ya veo. ¿Puedo pasear con usted?
No respondí y continué caminando. Ya habíamos llegado a la ciudad. Comprendí
que Magit no se separaría de mí hasta que me hubiera contado lo que deseaba, así que
me limité a pasear por las tiendas y los puestos observando las cosas e intentando
ignorarlo.
—Mi mujer y mis hijos están hambrientos, Carter bajá.
—Yo también, Magit.
—Mi hermana del delta ha venido a vivir con nosotros. Sus hijos han
desaparecido y ella sospecha que su marido los ha asesinado, así que ha venido a
vivir conmigo. Come como un camello para ocultar su miedo.
Aquella fue la primera cosa que dijo digna de captar mi interés.
—¿Del delta? ¿De qué parte del delta?
Pero él no estaba dispuesto a cambiar de tema.
—Mi salario, Carter bajá…
—Trabajas para el Servicio de Antigüedades. Yo no. ¿Qué quieres que haga? —
alcé los ojos hacia el cielo, como dando a entender que someterse a los designios de
Alá sería lo más sensato, pero Magit insistía.
—Usted tiene dinero.
—Lo obtengo de los turistas. ¿Por qué no intentas hacer tú lo mismo?
La conversación continuó en estos términos durante un rato, mientras paseábamos
por la ciudad. Encontré un hermoso cántaro de barro rojo y una palangana de cobre y,
cuando compraba ropa blanca, Magit desistió y se marchó. Descubrí también unas
bonitas mantas de lana de Esna y compré un par.
En todas partes intentaba dejarme ver al máximo, saludaba con voz
exageradamente alta a mis conocidos, regateaba con empeño en todos los puestos de
venta, aunque no fuera a comprar nada, y acabé comiendo en el café más repleto de la
ciudad. Los amigos y conocidos me saludaban y se mostraban apenados por la
pérdida de mi trabajo.
—Saldré adelante —les contestaba yo—. Hay muchos turistas.
Y todo el mundo comprendía, ya que en Luxor, todos, excepto los agricultores,
viven de los turistas. Empleados de hotel, de la estación, guías, artistas, artesanos,
prostitutas, estafadores, ladrones…
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