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Monkey King
Durante quinientos años tuvo que soportar la presión de la montaña. Solo
su cabeza estaba libre del aplastante peso de la cárcel de piedra que los
dioses antiguos habían invocado para detener su pueril rebelión. El musgo
crecía sobre las líneas de su cara, la hierba le brotaba por las orejas y su
visión estaba enmarcada por las flores silvestres que prosperaban en torno
a sus mejillas. La mayoría lo creía muerto hace tiempo, atormentado por los
dioses por librar una guerra contra los cielos hasta que no quedó nada más
que su leyenda. Pero, según se cuenta, Monkey King no puede morir.
Así que esperó. Aguantó hasta que los dioses vinieron a ofrecerle una
oportunidad de redención. Y cuando llegaron a decirle el precio, Sun Wukong
aceptó su encargo: acompañaría a un joven acólito en una peregrinación
secreta, lo protegería de los demonios y los peligros del camino y lo guiaría
a casa en posesión de una codiciada reliquia. Si hacía eso y obedecía
humildemente los mandatos del humano sirviendo a su sagrada misión, Sun
Wukong demostraría que estaba reformado.
Para variar, Sun Wukong cumplió con honor su juramento a los dioses y expió
así los pecados de insurrecciones pasadas. El acólito —que había aprendido
mucho de las adversidades— retornó a su templo con la reliquia en sus
manos, y Wukong —viéndose por primera vez en paz con los dioses— estuvo
conforme con renunciar a su antigua sed de aventura y gloria durante algún
tiempo. Pero Monkey King nació para hacer travesuras... y ofender a los
dioses es algo que nunca pasa de moda.