Page 17 - KIII LITERATURA 2DO SECUNDARIA
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Literatura                                                                   2° Secundaria




                                                      Doña Bárbara
                                                       (Fragmento)
                                                           XV

            TODA HORIZONTES, TODA CAMINOS...
            Aquella noche no estuvo la luz encendida en el cuarto de las entrevistas con «el Socio», pero cuando doña
            Bárbara salió al patio, Juan Primito y los dos peones que la habían escoltado, en el viaje a San Fernando —
            aquellos que habían dado muerte a Balbino, los únicos todavía fieles— no la conocieron. Había envejecido en
            una noche, tenía la faz cavada por las huellas del insomnio, pero mostraba también, impresa en el rostro y en
            la mirada, la calma trágica de las determinaciones supremas.
            —Aquí tienen lo que les debo —díjoles a los servidores, pendientes de sus palabras, poniéndoles en las manos
            unas monedas—
            Lo que sobra es para mientras no encuentren trabajo.Ya aquí, no hay, nada que hacer. Pueden irse. Tú, Juan
            Primito, llévale esta carta al doctor Luzardo. Y no vuelvas por aquí. Quédate allá si te lo  permiten.
            Horas  más  tarde,  míster  Danger  la  vio  pasar,  Lambedero  abajo.  La  saludó  a  distancia,  pero  no  obtuvo
            respuesta. Iba absorta, fija hacia adelante la vista, al paso sosegado de su bestia, las bridas flojas entre las
            manos abandonadas sobre las piernas.
            Tierras áridas, quebradas por barrancas y surcadas de terroneras. Reses flacas, de miradas mustias, lamían
            aquí y allá, con una obsesión impresionante, los taludes y peladeros del triste paraje. Blanqueaban al sol las
            osamentas de las que ya habían sucumbido, víctimas de la tierra salitrosa que las enviciaba hasta hacerlas
            morir de hambre, olvidadas del pasto, y grandes bandadas de zamuros se cernían sobre la pestilencia de la
            carroña.

            Doña Bárbara se detuvo  a contemplar la porfiada  aberración del ganado, y con pensamientos de sí misma
            materializados en sensaciones, sintió en la sequedad saburrosa de su lengua, ardida de fiebre y de sed, la
            aspereza y la amargura de aquella tierra que lamían las obstinadas lenguas bestiales. Así era en su empeñoso
            afán de saborearle las dulzuras a aquel amor que la consumía. Luego, haciendo un esfuerzo por librarse de la
            fascinación que aquellos sitios y aquel espectáculo ejercían sobre su espíritu, espoleó el caballo y prosiguió su
            errar sombrío.
            Algo extraño sucedía en el tremedal, donde de ordinario reinaba un silencio de muerte. Numerosas bandadas
            de  patos,  cotúas,  garzas  y  otras  aves  acuáticas  de  varios  colores  volaban  describiendo  círculos
            atormentados en torno a la charca y lanzando gritos de un pánico impresionante. Por momentos, las de más
            remontado  vuelo  desaparecían  detrás  del  palmar,  las  otras  bajaban  a  posarse  en  las  orillas  del  trágico
            remanso  y,  al  restablecerse  el  silencio,  daba  la  impresión  de  una  pausa  angustiosa;  pero  en  seguida,
            reemprendiendo  unas  el  vuelo  y  reapareciendo  las  otras,  volvían  a  girar  en  torno  al  centro  de  su  bestial
            terror.
            No obstante el profundo ensimismamiento en que iba sumida, doña Bárbara refrenó de pronto la bestia: una
            res  joven  se  debatía  bramando  al  borde  del  tremedal,  apresada  del  belfo  por  una  culebra  de  aguas  cuya
            cabeza apenas sobresalía del pantano.
            Rígidos los remos temblorosos, hundidas las pezuñas en la blanda tierra de la ribera, contraído el cuello por el
            esfuerzo  desesperado,  blancos  de  terror  los  ojos,  el  animal  cautivo  agotaba  su  vigor  contra  la  formidable
            contracción de los anillos de la serpiente y se bañaba en sudor mortal.
            —Ya ésa no se escapa —murmuró doña Bárbara—. Hoy come el tremedal.
            Por  fin  la  culebra  comenzó  a  distenderse  sacando  el  robusto  cuerpo  fuera  del  agua,  y  la  novilla  empezó  a
            retroceder batallando por desprendérsela del belfo; pero luego aquélla volvió a contraerse lentamente, y la
            víctima,  ya  extenuada,  cedió  y  se  dejó  arrastrar  y  empezó  a  hundirse  en  el  tremedal  lanzando  terribles
            bramidos y desapareció dentro del agua pútrida, que se cerró sobre ella con un chasquido de lengua golosa.

            Las  aves,  aterrorizadas,  volaban  y  gritaban  sin  cesar.  Doña  Bárbara  permaneció  impasible.  Huyeron
            definitivamente aquéllas, volvió a reinar el silencio y el tremedal agitado recuperó su habitual calma trágica.
            Apenas una leve ondulación rizaba la superficie, y allí donde las verdes matas de borales se habían roto bajo el
            peso de la res, reventaron pequeñas burbujas de gases del pantano.
            Una  más  grande,  se  quedó  a  flor  de  agua  dentro  de  una  ampolla  amarillenta,  como  un  ojo  teñido  por  la
            ictericia de la cólera.
            Y aquel ojo iracundo parecía mirar a la mujer cavilosa...
            La noticia corre de boca en boca: ha desaparecido la cacica del Arauca.
            Se  supone  que  se  haya  arrojado  al  tremedal,  porque  hacia  allá  la  vieron  dirigirse,    con  la  sombra  de  una
            trágica resolución en el rostro; pero también se habla de un bongo que bajaba  por el Arauca y en el cual
            alguien creyó ver una mujer.
            Lo cierto era que había desaparecido, dejando sus últimas voluntades en una carta para el doctor Luzardo, y
            la carta decía:
            No  tengo  más  heredera  sino  a  mi  hija  Marisela,  y  así  la  reconozco  por  ésta,  ante  Dios  y  los  hombres.
            Encárguese usted de arreglarle todos los asuntos de la herencia.
            Pero como era cosa sabida que tenía mucho oro enterrado y de esto nada decía la carta, y, además, en el
            cuarto de las brujerías se encontraron señales de desenterramientos, a la presunción de suicidio se opuso la

             3  Bimestre                                                                                 -56-
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