Page 11 - LA ODISEA DE LEAH Raquel Garcés
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raras, como si existieran más dimensiones además de la nuestra.
—Entre dos opciones, la más creativa suele ser la correcta —se ufana el profesor Francoise.
¿No te he hablado aún del colegio de Leah? Es un colegio donde se valora la opinión de los
alumnos. Y eso se nota, porque cada mes tiene un nombre distinto. Los alumnos votan el nombre
de su hombre o mujer preferidos para representar al colegio: un mes es Horacio Quiroga, otro
mes es Doris Lessing. La lista de nombres de artistas y científicos es inagotable: Kandinsky, Mirón,
Dalí, Feynman, Munro, Tesla… pero poco a poco se fue imponiendo una osada mayoría que solo
votaba por nombres de deportistas o políticos (y, seamos sinceros, ninguno de ellos ha hecho
nada interesante por nosotros, a no ser que golpear una bola de cuero con el pie o quedarse el
dinero de las pensiones de tus abuelos sea interesante).
Al principio se tomó como una fase pasajera, pero cuando durante cuatro meses los
nombres de Messi, Ronaldo, Obama, Picachu o Jessie Pinkman destellaban en las colosales letras
de neón de la puerta de entrada, algunos padres se quejaron.
—Es la democracia, yo no puedo hacer nada. Que voten otra cosa —se encogía de hombros la
directora del colegio, Amanda Peristilos.
Los padres se marchaban refunfuñando que qué vergüenza que en un pueblo en el que todo el
mundo es del Real Madrid el colegio se llamase «Messi». Al llegar a casa preguntaban a los chicos
qué habían votado:
—Teodora, hija, ¿qué nombre has votado?
—¿Yo? Mmm… Thomas Mann.
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