Page 14 - Libro Medicina 24/7
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UN SUEÑO
Su nombre es Mia, una pequeña niña muy querida por sus padres,
quien vivía tranquila en la ciudad, sin preocupaciones. Jugar, comer y
dormir eran su mundo entero. Siempre responsable, tranquila, conside-
rada y solidaria, ayudaba a su madre en todo lo que ella le pedía, en
medida de sus posibilidades de acuerdo con la edad que tenía, recibiendo
consejos maternos para hacerlo cada vez mejor. Creció tan rápido, como
un abrir y cerrar de ojos, y de golpe estuvo frente al momento clave del
futuro: la elección de la carrera a seguir. Rosita, su tierna abuelita, fue
quien la asesoró ante la trascendental decisión, y es así como la medicina
sería el camino por transitar.
En las clases de Fisiología, distraída por las bromas de sus compa-
ñeros, se ponía a soñar con terminar pronto la carrera para poner en fun-
cionamiento todo el conocimiento recibido; a la vez, el miedo natural de
cómo enfrentar una situación crítica con un paciente y posibles compli-
caciones, se convertía en condimento del mismo sueño, como es obvio,
y entonces volvía a la realidad del presente. La dificultad del estudio au-
mentaba con cada nuevo caso clínico, lo que la llevó a sentirse agobiada
y no querer seguir, pero su abuelita la animaba.
“¡Ya no puedo más!... con tanto estudio, tantas cosas que memo-
rizar”, exclamaba Mia, con desesperación.
“Tranquila. Todo ese esfuerzo será recompensado en algún mo-
mento” – suavemente contestaba Rosita.
El río corre, igual que la vida, y Mia se convirtió en médica y estaba
casi lista para comenzar una nueva etapa de la vida. Su familia, en pleno,
se sentía orgullosa del logro alcanzado y la seguían animando.
A mediados de abril, en la madrugada de un lunes, llegó a emergencia
una señora de edad avanzada, con fuerte dolor en la cadera. Se la oía
gritar desde la ambulancia, y su voz reflejaba espeluznante angustia lle-
gando a cada piso del pequeño hospital. Margarita, la paciente, vestía una
blusa blanca con manchas amarillas y un pantalón marrón, desteñido por
el tiempo. Su piel blanca y su rostro con arrugas insultaban a los paramé-
dicos, a los médicos y enfermeras:
“¡Denme algo para este maldito dolor!” – dijo con lágrimas en los
ojos, sujetando su pierna con sus delgadas y largas manos.
“Tranquila señora, ya llega el médico especialista para valorarla y
darle algo”, respondió la enfermera de turno, quien la recibió.
Margarita vivía sola, en las afueras de la gran ciudad. Años atrás
había tenido una posición económica muy fuerte, reconocimientos
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