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PANDEMIA EN LA SELVA



                  En mi país Ecuador, la medicina rural, además de ser un año de ser-
               vicio social, es un requisito para desempeñar la profesión de salud, en mi
               caso como médica. Lo viví en una comunidad en el oriente ecuatoriano,
               donde se extiende una gran llanura selvática natural y casi no tocada
               por el ser humano, en la que conviven nacionalidades shuar, achuar y
               mestiza. Un lugar considerado de difícil ingreso cuya “vía” de acceso se
               habilitó en el año 2015 y en el que existen comunidades dispersas, de ac-
               ceso exclusivamente aéreo, lo que hace que se deteriore mucho el brindar
               un adecuado servicio de salud.

                  Vivir allí, donde incluso los servicios básicos no son para todos, ha
               hecho que aprenda a valorar cosas tan simples como el agua caliente de
               la ducha, la comodidad de tener un colchón en el cual acostarme, comer
               lo que me gusta y que aporte valor nutricional, como la proteína.

                  Lastimosamente es una realidad que las comunidades indígenas na-
               cionales constituyen una población excluida, y hasta cierto punto mar-
               ginada, las comunidades indígenas que se han asentado en la Amazonía
               Ecuatoriana viven en un nivel de pobreza que, para algunas personas,
               es inentendible. El difícil acceso a servicios de calidad es otra realidad
               que, durante ese lapso, tuve que afrontar. Por lo tanto, vivir la época de
               la pandemia de la Covid19, dentro de una comunidad de nacionalidad
               shuar, se convirtió en un reto y una gran historia que contar sobre mi vida
               profesional.
                  El planeta se vio envuelto en una situación que puso a todos en alerta
               y defensa contra un virus, extraño y nuevo, que atacó a toda la población.
               De manera veloz, el mundo entero se llenó de estrategias de prevención
               contra este nobel y desconocido visitante, como el distanciamiento social,
               uso de mascarilla, lavado regular de manos y quedarse en casa en medida
               de lo posible; sin embargo, socializar este tipo de medidas en una so-
               ciedad como en la que me encontraba, se convirtió en un desafío: ¿Cómo
               pedir distanciamiento social a una familia de diez miembros? entre niños,
               adultos, y adultos mayores, que viven en un cuarto pequeño, que con
               suerte tiene uno o dos espacios divididos dentro del mismo. ¿Cómo se
               inculca el correcto lavado de manos cuando no existe el agua potable? y
               el agua intubada es un lujo del que pocos disponen; ¿Cómo exigir que se
               queden en casa, si el salir a la finca a cosechar los sembríos, en el caso de
               las mujeres, o ir de caza o pesca, para los hombres, es la forma en la que
               se alimentan? ¿Cómo se pide a la población que dejen de tomar chicha
               utilizando un solo tsapa   para diez o más personas?, cuando esta bebida
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               se considera emblemática de la cultura shuar y el modo de preparación y
               servirse es considerado casi un ritual.


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