Page 38 - Historias de los jueves
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detrás del banco para hacer sus necesidades.
—Hija —le dice cabizbajo—, encontré tu diario y me derrumbé. Sabes que somos muy parecidos, pero yo tenía que mantener el tipo.
Pasan unos instantes en silencio. El ruido del camión de la limpieza resuena. Ella se muerde nerviosa el labio superior.
—Papá, he podido comprobar que la abuela es todavía más igual que yo. Ese tonillo enérgico nos viene de familia, ¿no te das cuenta?
Asiente con la cabeza.
—Yo hija siento haberme mostrado tan firme en mis convicciones, pero me envolvías en un torbellino y era por eso que ponía esa cara de póker de la que me acusabas.
Ya empezaban los escolares a dirigirse hacia los colegios, y el murmullo de sus voces iba envolviendo el aire matutino.
—¡Qué bien usaba la abuela los refranes para poner límites! Lo hacía de una forma encantadora —Sonríe picarona.
—¿Sabes hija que me rompía de verdad? Que a mí lo que me pedía el cuerpo era abrazarte cuando llorabas. Me enfadaba tanto conmigo que notaba cómo contraía el rostro... Te presentaste en la oficina con tu moto, tan testaruda como resuelta. ¡No supe aceptarlo! Te quería modosita, para motos ya estaban tus hermanos... En fin, ya todo ha pasado y no hay vuelta atrás.
Ella se levanta, pasea y vuelve conciliadora.
—Voy a decir una de esas frases que tanto me enfadaban: “No hay culpables, las cosas pasan porque pasan, sin más”.
[Madalen González — 38]