Page 54 - Historias de los jueves
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—Abuelo, dice que no le hago caso, que salgo mucho con la cuadrilla, pero no es verdad... ¡Hay días que ni los veo! Muchos de esos días, cuando salgo del trabajo voy a pasear solo. Tú ya sabes, te lo he contado, en el colegio paso mu- chas horas sentado y también de pie, quieto. ¡Necesito esti- rar las piernas y pensar! La relación con Marta y mis sue- gros es fría, ella no espera a que vuelva del trabajo, se va con sus padres, y con ellos mi hija.
El abuelo Efrén le miró con más pena que tristeza; se sor- prendía de no habérselo imaginado, o tal vez lo temía y por eso lo había desechado.
Un poco más sereno le dijo:
—Pablo, te asesoré, te hablé claramente: El casado, casa quiere. Te animé a que comprases un piso aunque fuese con una hipoteca. Erais jóvenes, hubierais salido adelante, pero tú, Pablo, no quisiste coger el toro por los cuernos. ¡Ese ca- rácter tuyo, tan introvertido, no te ha ayudado mucho!
El abuelo no sabía cómo seguir, hizo un esfuerzo. Continuó con mucho tacto y cariño, con ese respeto que siempre ha- bía existido en la relación con su nieto.
—Ahora no hay tiempo para lamentaciones. Hasta hoy creí que mis consejos no se habían ido por el agujero del saco roto, los problemas ahora son distintos.
Efrén le abrazó, le acarició con ternura, esa que se tiene con los seres que amamos.
Cuando volvió a tomar la palabra, con esa mirada de com- prensión que el nieto esperaba, añadió:
—Quiero que todo lo pasado te haga reflexionar. Eres joven [María Jesús Loizaga — 54]