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a sombra fue creciendo. Las risas del mercado se apa-
Lgaban, los cantos de la noche se hicieron tímidos. Los
extranjeros llamaban salvaje a la danza y querían silen-
ciar los tambores. Pero el pueblo sabía: un tambor es más
que música, es memoria, es voz. Aunque el miedo callara
algunos compases, la música seguía latiendo en el pecho
de cada persona.

