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     Los  sonidos  eran  los  de  siempre,  las  aves  y  el
           viento surcando entre las copas de los árboles.
                  De pronto se mezcló con nuestros gritos ese
           lejano  golpeteo  que  parecía  un  tambor  a  la
           distancia.
                  Me  detuve  para  inspeccionar  el  paisaje
           porque  tenía  la  certeza  de  que  el  sonido
           se acercaba, pero no podía distinguir de dónde. El
           viento  en  ráfagas  lo  traía  y  lo  alejaba,  pero  cada
           vez  se  oía  con  más  fuerza  y  Chiquito  comenzó  a
           correr  a  mi  alrededor,  ladrando  visiblemente
           asustado.
                  De  pronto  todo  el  lugar  se  llenó  de  los
           golpeteos acompasados que parecían aplastarme,
           llegaban  de  todos  los  ángulos  y  no  podía  ver  el
           cielo  por  el  domo  verde;  mi  corazón  latía
           enloquecido  y  en  mi  mente  todos  los  sonidos  se
           mezclaban.  El  pánico  llegó  como  un  torbellino  y
           corrí desbordado por el temor hacia nuestro hogar.
           Al fin salimos de la espesura por otro sendero y en
           la  maleza  que  unía  ese  lugar  con  el  patio  de  la
           casa, me dejé caer extenuado. Acomodándome de
           espalda, divisé en lo alto, muy arriba, un objeto que
           lentamente  se  alejaba;  no  me  pareció  de  gran
           tamaño,  pero  definitivamente  era  el  que  producía
           ese pavoroso sonido.
                  A  nadie  conté  mi  experiencia  temiendo  que
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