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El síndrome triste
No sé la fecha exacta de aquellos
acontecimientos, aunque ya había cumplido mis 15
años en agosto. Ahora, con la distancia en el
espacio y en el tiempo, comprendo que fue el inicio
de la culminación de todas mis tristezas en esa
tierra de Dios.
Aun así, puedo afirmar con toda convicción
que fue en primavera, pues eran días levemente
cálidos que servían de manto piadoso a la
vegetación castigada por el riguroso invierno que
asoló la región. Allí quedaron como mudos testigos
las
hierbas formando una triste alfombra de hojas
muertas. Pero aun así debieron ser los primeros
días de octubre, ya que emergían por doquier los
primeros brotes que salpican el paisaje gris con
botones cetrinos y verdes en todos sus tonos
y matices.
El Riacho seccionaba el lote en forma
oblicua, aún no era tiempo de crecida, puesto que
parecía una estrecha lágrima sinuosa en el lecho
lodoso, que separaba nuestra casa de la de la
abuela, a la que se podía acceder por el puente
que estaba más allá de la curva.
Para llegar allí teníamos que pasar cerca de
las cruces del pequeño y antiguo cementerio que,
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