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albergue transitorio en su pequeña morada, a lo
que el aceptó con prontitud y alegría.
Caía la tarde con la lenta parsimonia
campestre cuando aseguré la valija al
portaequipaje de mi bicicleta. Antes de retirarme
avisé a mi madre la decisión y ella ni se inmutó al
oírla.
Me sentía encarnecido nuevamente por la
ausencia de buenos augurios y con avidez pedaleé
hacia el fin del lote tratando de eludir las ofensas
que seguramente estaría pensando de mí y de
saberlas me harían sentir más aborrecido de lo que
ya estaba. Luego de franquear la tranquera, pasé
junto a la escuela. Antes de proseguir mi viaje, miré
hacia la casa que fuera mi hogar, luego me conduje
por el sendero, visiblemente feliz y conforme de
haber roto mis cadenas con incertidumbre,
comencé a cantar ya no para alejar el miedo sino
como pregón de esperanza. Aunque el trayecto era
largo, la dicha me invadió y lloré de júbilo por
saberme un hombre aún con mis pocos años y,
aunque era bisoño en muchas labores, poseía el
estoico anhelo de aprender.
En cuanto a mi padrastro, puedo decir que
muchas veces me aconsejo bien, aunque la
mayoría de ellas me confundió con su
comportamiento caótico hasta que un día me
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