Page 626 - ANTOLOGÍA POÉTICA
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Dedico este poema a Marina Rojas, que siempre está dedicada a ver las cosas hermosas
                  de la vida y detallar lo que ama.




                  Mis ojos eran dos nostálgicas panteras.
                  ¿Cómo era aquella luz que endiosaba mis horas?
                  Agria luz esmeralda del Ganjes y del Nilo.
                  La luz de las manzanas salpicadas de lluvia.
                  La luz que hay en las puertas con picaportes de oro.
                  La luz que hay en los párpados de las águilas muertas.
                  Yo esperaba tus ojos con ojeras violáceas
                  mientras callaban todas las fuentes y en el cielo
                  mastines de azabache olfateaban las nubes.
                  (Qué festín el del cielo, qué gran fruto podrido)
                  Escuchando la lluvia que cesaba en los techos
                  de cinc, con los cabellos mojados, olorosos
                  aún por los pinares del Grand Bois de Boulogne,
                  -las manos escocidas de remar en el lago-
                  esperando en el pórtico umbroso del museo,
                  con los pies en la alfombra llena de vino y faunos,
                  quieto entre las columnas, pálido, distraído
                  por el gas enfermizo de aquel primer farol,
                  y por los carruajes, fúnebre y aristócrata
                  como un poeta inglés de la Romantic Revolt,
                  pensando en los abetos de tu país al alba,
                  sonriendo tristemente por no llorar tu ausencia,
                  cercando con mis dientes tu nombre -Kerstin, Kerstin-
                  mis ojos como dos nostálgicas panteras
                  esperaban tus ojos entre los matorrales.

                  Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz


                  Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
                  por vez primera, dejo también el corazón.
                  No pasará otra onda rumorosa del río,
                  no quedará este chopo envuelto en fuego verde,
                  no cantará otra vez el pájaro en su rama,
                  sin que deje en el aire todo el amor que siento.
                  Aquí, en estas riberas que llevan hasta el llano
                  la nieve de las cumbres, planto sueños hermosos.
                  Aquí también las piedras relucen: piedras mínimas,
                  miniadas piedras verdes que corroe el arroyo.
                  Hojas o llamas, fuegos diminutos, resol,
                  crisol del soto oscuro cuando amanece lento.
                  Qué fresca placidez, que lenta luz suave
                  pasa entonces al ojo, que dulzura decanta
                  el oro de la tarde en el cuerpo cansado.
                  Hojas o llamas verdes por donde va la brisa,
                  diminuto carmín, flor roja por el césped.
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