Page 23 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
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RASSINIER : La mentira de Ulises
horrorizados... Se alineaban los cadáveres a lo largo de la vía, después de haber tomado los
números cuando los había sobre los pobres harapos. El buscó por si había alguna figura
conocida entre los muertos... Dos hombres, dos paisanos alemanes, llegaron portando un gran
cuerpo delgado.
-- Kaputt, decía uno; nein, replicaba el otro, atmet noch... ( )
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Reconoció a Barray: ¡Barray!
Barray era un ingeniero de Saint-Etienne: en el campo, habían dormido tres semanas en
el mismo jergón, se hicieron amigos; «si salimos de ésta, nos escribiremos», se habían
prometido.
Se enteró por un superviviente de que el desdichado había sucumbido bajo los golpes
de los presos alemanes por haber entonado La Marseillaise, en el delirio del hambre, del frío
y de la fiebre. Los de la S,S. habían asistido al drama con una gran sonrisa, encontrando que
era mucho más entretenido que el monótono y rituel disparo de revólver.
--¡ Barray!... Ninguna esperanza – dijo.
Y se alejó pensando que había verdaderamente una fatalidad en las casas y que ciertas
predicciones se comprobaban en la vida: por lo menos quince días antes, Barray juraba por
todo lo sagrado que estaría libre el lunos de Cuasimodo... Tomó sin embargo la resolución de
escribir a su viuda y a los dos hijos de los que habían hablado tan frecuentemente por la noche
antes de dormirse.
El superviviente – ¡ él decía el superviviente! – le contó la historia del convoy... Había
sido inmovilizado dos kilómetros después de haber pasado la estación, en las primeras horas
del sábado. Los de la S.S., precipitadamente, obligaron a descender a todos los hombres
sanos, les agruparon en una gran columna que no terminaba nunca y les hicieron caer a tierra
en media de los aullidos de los perros y los disparos asesinos. Allí abandonaron a
[42]los muertos, a los moribundos y a todos los que, gracias a la confusión general, tuvieron
la suerte de pasar por tales: había demasiados, visiblemente, y no tuvieron tiempo de matarlos
uno a uno, no tuvieron el tiempo o el gusto. ( )
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Continuó su inspección. En un gran vagón abierto y del que nadie se ocupaba,
emergían de un montón de muertos unos troncos vivos, tiritando a pesar del fuerte sol; se
apretujaban entre ellos contra un frío que eran los únicos en sentir.
-- ¿Qué esperáis?
-- Bien..., esperamos la muerte, ¿no lo ves? --¿ Eh?
-- ¡Bah!... Estamos todavía vivos catorce, todos los demás han muerto, esperamos el
turno...
No comprendió el que ellos estuviesen tan poco aferrados a la vida.
«Aquéllos la han abandonado – pensó -, no vole la pena ocuparse de ellos ... Ya están
al otro lado y se encuentran bien allí.» Recibirían la vida como un castigo del que tendrían
prisa por verlo levantado.
Y pasó indiferente. Cuántos de estos seres había conocido en el campo, que arrastraban
tras ellos una especie de fatalidad y a los que no se podía encontrar nunca de nuevo sin pensar
que ya estaban muertos, que su cadáver se sobrevivía en cierto modo a sí mismo... Nunca les
faltaba una ocasión para abordarle a uno, meterle a la fuerza en la cabeza que la guerra
terminaría en dos meses, que los norteamericanos estaban aquí, los rusos allá, Alemania en
revolución, etc. Eran irritantes, le consumían a uno la paciencia. Un buen día, ya no se les
veía más: habían transcurrido los dos meses, no habían visto venir nada, como se decía habían
«soltado la barandilla», se habían dejado morir en la fecha prevista. Estos abandonaban la
lucha en la mata, terminaban los dos meses en el ¡día de la libertad! El sabía por experiencia
que no había nada que hacer.
Dos pasos más allá, tuvo un remordimiento.
-- No os quedéis así, levantaos, los norteamericanos están aquí, vacían el vagón de al
lado, vienen a por vosotros. Van a daros de comer , hay un hospital en el pueblo.
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No le creyeron, pero él se quedó con la conciencia tranquila. Diez, doce, quince
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No, respira todavía...
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Desde que se escribió este, se ha probado que ellos tampoco recibieron la orden: véase el preámbulo para la 2ª
y 3ª edición, página 296.
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