Page 26 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
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RASSINIER : La mentira de Ulises
CAPÍTULO PRIMERO
UNA MUCHEDUMBRE DE TIPOS HUMANOS DIVERSOS
ANTE LAS PUERTAS DEL INFIERNO
Las seis de la mañana, al parecer. Somos una veintena de hombres de todas las edades
y condiciones, franceses todos, ataviados con los más inverosímiles oropeles y dócilmente
sentados alrededor de una gran mesa rudimentaria. No nos conocemos ni tampoco intentamos
conocernos. Mudos o poco menos, nos contentamos con observarnos y procurar, si bien con
pereza, adivinarnos mutuamente. Sentimos que unidos en lo sucesivo a un destino común,
estamos destinados a convivir en una dolorosa prueba y tendremos que resignarnos a
confiarnos los unos a los otros, pero nos comportamos como si quisiésemos retrasar esto lo
máximo posible. El hielo es difícil de romper.
Absorto cada uno en sí mismo, intentamos recuperar nuestros espíritus, reflexionar
sobre lo que acaba de sucedernos: cien en el vagón durante tres días y tres noches, el hambre,
la sed, la locura, la muerte; el desembarco en la noche, bajo la nieve, en medio de los
chasquidos de las pistolas, los gritos de los hombres y los ladridos de los perros, bajo los
golpes de los unos y los colmillos de los otros; la ducha, la desinfección, la «cuba de
petróleo», etc... Estamos completamente atemorizados por todo ello. Tenemos la impresión
de que acabamos de atravesar un no man's land, de participar en una carrera de obstáculos más
o menos mortales, sabiamente graduados y meticulosamente calculados.
Tras el viaje y sin transición, una larga serie de salas, oficinas y galerías subterráneas
pobladas por seres extraños y amenazadores,
[45] teniendo cada uno su no menos extraña y humiliante especialidad. Aquí la cartera, la
alianza, el reloj, la pluma estilográfica; acá la chaqueta, el pantalón; allí los calzoncillos, los
calcetines, la camisa; por último el nombre: se nos ha quitado todo. Después el peluquero ha
cortado al rape en todas las partes, el baño de cresol, la ducha. Finalmente la operación
inversa: en esta taquilla una camisa en jirones, en esa otra un calzoncillo agujereado, en la de
más allá un pantalón remendado y así hasta los zapatos con suela de madera y la cinta que
lleva el número del registro, pasando por el sobretodo gastado o la guerrera fuera de servicio,
el gorro ruso o el sombrero de bersaglieri. No se nos ha devuelto ni una sola cartera, alianza,
pluma estilográfica o reloj.
-- Esto es como en Chicago – ha dicho blandiendo su número uno de entre nosotros
que quería hacer un chiste -: en la entrada de la fábrica están los cerdos, a la salida las latas de
conserva. Aquí se entra como hombre y se sale como un número.
Nadie ha reído. Entre el cerdo y la lata de conservas de Chicago, seguramente no hay
más diferencia que la que media entre lo que éramos y esto en que nos hemos convertido.
Cuando nosotros, todo el primer grupo, hemos llegado a esta gran sala clara, limpia,
bien aireada y a simple vista confortable, hemos experimentado algo así como un alivio:
idéntico sin duda al de Orfeo subiendo del infierno. Después nos hemos entregado a nuestro
propio yo, a nuestras preocupaciones, en especial a la que domina y refrena todo deseo de
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