Page 72 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
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RASSINIER : La mentira de Ulises
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CAPÍTULO PRIMERO
LA LITERATURA SOBRE LOS CAMPOS DE
CONCENTRACIÓN
En política, los campos de concentración alemanes pertenecen al pasado. En literatura
están «gastados», carecen de interés. Cediendo como a una orden oculta y quemando
alegremente las etapas, la opinión pública se ocupa ahora de los campos rusos.
Perfectamente consciente de esta situación de hecho, he publicado sin embargo hace
poco un testimonio rigurosamente limitado a mi experiencia personal sobre el régimen de los
campos de concentración hitlerianos. Por supuesto, llegaba con algún retraso y es esto sobre
todo lo que se ha señalado. Hoy, reincido bajo otra forma: no faltará quien diga que me
obstino inconsideradamente y contra la corriente. En consecuencia, conviene que ante todo
pida perdón por ello.
En el campo, todas las conversaciones que nos permitían nuestros escasos instantes de
reposo, estaban centradas sobre tres temas: la fecha probable del cese de las hostilidades y
nuestra suerte individual o colectiva de sobrevivirla, las recetas de cocina para los días
siguientes y lo que se podría denominar como «chismes» del campo, si la palabra tuviese
alguna relación con la trágica realidad que designa. Ninguno de los tres nos ofrecía grandes
posibilidades de evadirnos de la situación del momento. Los tres, por el contrario,
separadamente o en conjunto, según el tiempo de que dispusiésemos para da la vuelta a
nuestro universo restringido, nos volvían a él a la mener tentativa a través del «Cuando se
cuente esto...», pronunciado con un tono y puntuado en las miradas por un fulgor tal que yo
estaba asustado. Reconociendo
[130] en cierto modo mi impotencia para elevar estas rápidas tomas de consciencia por encima
del ambiente, yo me replegaba entonces en mí mismo y me transformaba en un testigo
obstinadamente silencioso.
Por instinto, me sentía trasladado a los días posteriores de la otra guerra, con los
antiguos combatientes, a sus relatos y a toda su literatura. Sin duda alguna esta postguerra
tendría, además de este, ex prisioneros y deportados que se reintegrarían a sus hogares con
recuerdos más horribles aún. Me parecía libre el camino para el anatema y el espíritu de
venganza. En la medida en que me era posible abstraer mi suerte personal del gran dramae que
se representaba, todos los montescos, capuletos, armagnacs y borgoñones de la Historia,
tomando de nuevo sus disputas desde el comienzo, se ponían a bailar ante mis ojos una
zarabanda desenfrenada, sobre un escenario ampliado a la escala de Europa. Yo no lograba
hacerme a la idea de que la tradición de odio en vías de nacer pudiera ser contenida cualquiera
que fuese el resultado del conflicto.
Si trataba de medir las consecuencias de ello, me bastaba con pensar que tenía un hijo,
para llegar no solamente a preguntarme si no sería major que nadie regresase sino también a
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