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 El pequeño recinto de 28 metros cuadra- dos —en Silver Lake y Sunset— daba para des- pachar a los fieles seguidores de la cocina de Doña Rosa, pero ese también se quedó pequeño a raíz de las “habladu- rías”. Los primeros clientes eran cubanos, pero lue- go le dijeron a los americanos y así empezó a llegar más gente. Nunca pusimos nada en un periódico porque no teníamos dinero, pero el boca a boca
nos hizo lo que somos”, explica Beatriz.
Hoy son una de las mejores pastelerías de Los Án- geles, una potencia en su industria, sin ningún lí- mite visible. Las colas de gente en cada uno de sus locales siguen siendo interminables. ■
                        Es tiempo de llevar su negocio a otro nivel.
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