Page 385 - Auge y caída del antiguo Egipto
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tobillos, atravesó el río y atacó a la división de Ra cuando esta marchaba hacia el
               norte, en dirección al campamento egipcio. A diferencia de los carros de guerra

               egipcios, que básicamente no eran más que plataformas de disparo móviles, los

               carros  hititas  eran  unas  robustas  máquinas  de  guerra.  Cada  uno  de  ellos
               transportaba  no  a  dos,  sino  a  tres  personas  —un  conductor  y  dos  soldados—

               armadas  con  afiladas  lanzas  diseñadas  para  el  combate  a  corta  distancia.

               Utilizadas  en  masa  en  una  carga  organizada,  las  unidades  de  carros  hititas

               resultaban  de  una  eficacia  devastadora  a  la  hora  de  diezmar  las  filas  de  la
               infantería  enemiga,  tal  como  la  división  de  Ra  tuvo  ocasión  de  comprobar

               pagando un alto precio.

                  Con  sus  camaradas  muertos  y  moribundos  desperdigados  por  el  suelo,  los
               soldados  egipcios  supervivientes  fueron  presa  del  pánico  y  huyeron

               precipitadamente hacia su campamento, perseguidos de cerca por los hititas. Al

               cabo de poco tenían al enemigo a las puertas. Los carros atravesaron la pared de

               escudos a medio construir para atacar a los generales egipcios en las tiendas que
               formaban  su  cuartel  general.  Se  produjo  un  caos  absoluto.  Sin  tiempo  para

               pensar, Ramsés actuó por instinto; saltó sobre su carro y entró de inmediato en

               acción contra el enemigo hitita. El rey estaba flanqueado por su guardia de élite
               de mercenarios egeos, fieros combatientes procedentes de las costas e islas de

               los  confines  occidentales  del  Imperio  hitita,  cuyo  valor  y  resistencia  habían

               impresionado a las grandes potencias de Oriente Próximo en las últimas décadas.
               Ellos,  y  no  los  nubios  de  antaño,  representaban  ahora  la  mejor  opción  para

               cualquier ejército egipcio. Con ellos a su lado y moviéndose con rapidez entre

               sus atacantes, Ramsés demostró su dominio del arco, manteniéndose firme en
               medio del caos y la confusión. Aun así, hacía falta un milagro para sobrevivir

               durante mucho tiempo a aquella matanza hitita. Pero entonces, como si se tratara

               de una respuesta a las desesperadas plegarias de Ramsés, llegó la ayuda justo en

               el momento oportuno.
                  No  fue  un  milagro,  sino  el  resultado  del  genio  táctico  de  los  egipcios.

               Mientras  que  el  grueso  del  ejército  egipcio  había  marchado  por  tierra  hacia
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