Page 389 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Aunque las tablas de Qadesh habían representado un singular obstáculo a la hora
               de propiciar los objetivos estratégicos de Ramsés II, el punto muerto al que se

               había  llegado  y  el  cese  de  las  hostilidades  como  mínimo  le  habían  permitido

               obtener  dividendos  gracias  a  la  paz.  Así,  una  serie  de  recursos  que  podrían
               haberse  destinado  a  aventuras  militares  exteriores,  ahora  podían  invertirse,  en

               cambio, en proyectos dentro del territorio nacional.

                  En las dos primeras décadas de su reinado (1279-1259), Ramsés encargó la

               construcción de nuevos y grandes templos a lo largo y ancho de su reino, desde
               el puerto libanés de Kebny hasta Gebel Barkal, en el lejano Sudán. Al parecer, el

               rey  se  interesó  especialmente  en  la  Nubia  controlada  por  Egipto,  y  ordenó  la

               construcción  de  nuevos  santuarios  en  siete  lugares  distintos.  En  el  territorio
               egipcio propiamente dicho, los arquitectos y canteros realizaron impresionantes

               añadidos  a  los  grandes  templos  nacionales  de  Iunu,  Heracleópolis,  Abedyu  y

               Tebas.  Hoy  se  conservan  en  pie  más  monumentos  que  llevan  el  nombre  de

               Ramsés  II  que  de  ningún  otro  faraón.  Mediante  una  combinación  de
               construcción y apropiación (poniendo especial cuidado en hacer que su cartucho

               fuera  grabado  tan  profundamente  en  la  piedra  que  no  pudiera  ser  eliminado),

               Ramsés se aseguró de que su nombre perdurara para siempre. Parece ser que le
               impulsaba un hondo deseo de superar a todos sus predecesores y un decidido

               sentido  de  su  singularidad.  Uno  de  los  mitos  favoritos  del  rey  en  torno  a  su

               figura  explicaba  que  las  «Siete  Hathoras»  (el  equivalente  de  las  Parcas  en  el
               antiguo Egipto) habían protegido su cuna y diseñado para él un extraordinario

               destino  cuando  todavía  era  un  niño  de  pecho.  Que  este  hecho  revele  una

               auténtica  monomanía  o  bien  un  complejo  de  inferioridad  patológico  es  una
               cuestión discutible, pero lo que está claro es que los proyectos de construcción

               de Ramsés se caracterizaron más por su tamaño y su «fuerza bruta» que por el

               uso de una estética más o menos refinada. Solo en la exquisita decoración de la

               tumba tebana dispuesta para su amada esposa Nefertari permitió Ramsés a sus
               artesanos dar rienda suelta a sus sensibilidades artísticas.

                  Abastecer  a  tantos  proyectos  simultáneos  de  las  necesarias  cantidades  de
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