Page 521 - Auge y caída del antiguo Egipto
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siglo IX Grecia se había repoblado, y ahora estaba dominada por una serie de
ciudades independientes que extendían activamente su influencia estableciendo
colonias en las costas del Mediterráneo y del mar Negro. La riqueza griega
dependía sobre todo del libre comercio, y las ciudades-Estado no sentían
precisamente admiración por un reino babilonio cuyas ambiciones
expansionistas amenazaban su prosperidad. Además de esta alianza política,
Egipto tenía también un interés militar en el mundo griego, ya que los
mercenarios egeos eran famosos y apreciados en igual medida en todo Oriente
Próximo. El faraón hizo generosas donaciones a santuarios griegos (pagó
generosamente la reconstrucción de Delfos después de que este quedara
destruido por el fuego) y hasta se casó con una princesa griega. Pero su principal
iniciativa fue la relacionada con los comerciantes griegos en Egipto. Ya desde el
reinado de Psamético I, grupos de colonos de la costa jónica se habían
establecido en el delta. Los mercenarios se habían convertido en empresarios, y
muchos se habían enriquecido con el negocio de la importación y exportación,
trayendo aceite de oliva, vino y, sobre todo, plata del mundo griego, y
exportando cereales de Egipto. Era un negocio demasiado lucrativo para que el
gobierno egipcio no se interesara en él, y Ahmose II quería una parte de los
beneficios. So pretexto de «conceder» a los griegos una zona de libre comercio,
aprobó una ley que limitaba sus operaciones mercantiles a la ciudad de
Naucratis, convenientemente situada a solo unos quince kilómetros de la
residencia real de Ahmose en Sais. Ello le permitía regular el comercio
internacional y sacar provecho de él, al tiempo que pasaba por ser su ilustrado
protector.
Con el patrocinio real y su estatus especial, Naucratis se convirtió muy pronto
en el puerto más activo de Egipto. También se desarrolló en torno a él una
ciudad extraordinariamente cosmopolita, donde chipriotas y fenicios se
codeaban con ciudadanos procedentes de Mileto, Samos y Quíos. Varias
comunidades griegas tenían sus propios templos —los de Quíos adoraban a