Page 522 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Afrodita,  mientras  que  los  de  Samos  preferían  a  Hera—,  e  incluso  había  un
               «Hellenion»  ecuménico  donde  las  distintas  comunidades  podían  reunirse  para

               adorar  a  «los  dioses  de  los  griegos».  Pero  junto  con  toda  esta  piedad  existía

               también un aspecto más sórdido. Naucratis adquirió reputación en todo el mundo
               griego por el atractivo y la disipación de sus mujeres. Como señalaría Herodoto,

               era «un buen lugar para las prostitutas hermosas». Una cortesana particularmente

               célebre logró que el hermano de la poetisa Safo comprara su libertad; sin duda

               este tendría sentimientos encontrados con respecto a su emancipación.
                  A  mediados  del  siglo  VI,  Egipto,  bajo  el  prudente  y  astuto  gobierno  de

               Ahmose,  experimentaba  un  pequeño  renacimiento.  Próspero  y  estable

               internamente,  y  respetado  y  valorado  en  el  extranjero,  podía  considerarse  de

               nuevo una potencia importante. En el plazo de un siglo se había librado primero
               de los asirios y luego de los babilonios, y se había ganado un lugar como actor

               clave en la enmarañada red de las relaciones internacionales. Era asimismo un

               país  transformado,  más  multiétnico  y  multicultural  que  en  el  pasado.  Pero  el
               valle  del  Nilo  siempre  había  sido  un  crisol  y  un  polo  de  atracción  para  los

               inmigrantes, y a todos ellos los había asimilado satisfactoriamente. Al final, la

               civilización faraónica siempre había resurgido triunfante y más fuerte que antes;
               y ello porque los dioses lo habían ordenado de ese modo, y así sería siempre. O

               eso era al menos lo que creían ingenuamente los egipcios.
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