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¿Es posible recuperar el valor del Congreso de la república?
   Luis M. Sánchez
Durante una treintena de años el Congreso de la república ha sido el principal blanco de ataques de la gran prensa y de los poderes que los peruanos conocemos como “fácticos.”
De hecho, uno de las tácticas montadas para el golpe de1992 fue la destrucción simbólica del Congreso, para dar paso a un Congreso unicameral que dejó de ser tribuna de la discusión fundada y plural, y fue reemplazado por la mayoría del carpetazo, por la componenda de los hábiles directores apristas, por el teléfono celular de la primera dama, o por el chat “la botica”.
Lo que no se debe olvidar es que bajo la forma de gobierno democrático que el Perú escogió con la fundación de la república, el elemento clave es el gobierno del pueblo. Es decir que en nuestra organización política prima la soberanía del pueblo que es el que decide quién y cómo se debe gobernar.
Además, bajo la idea de gobierno representativo, que es otro de los apellidos de la democracia peruana, el gobierno se confía a los representantes al congreso elegidos por el voto popular, y al Presidente de la república elegido de la misma manera.
O sea que el Congreso está en el centro del gobierno de la república, aunque desafortunadamente no le faltan enemigos. Desde fuera es el centro de ataque de la prensa precipitada. Desde dentro es casi propiedad de las coaliciones políticas que se forman, las cuales creen que pueden hacer con él lo que les plazca, amparados en que “no hay mandato imperativo” según repiten.
Así dejan los congresistas de representar al pueblo y pasan a representarse a sí mismos, a sus partidos, o a sus financistas. Terminan creyendo que han sido elegidos para servir a intereses privados, o, peor aún, para organizar la lucha contra el ejecutivo y el Presidente de la República. Creen que la falta de mandato imperativo autoriza la arbitrariedad.
Control político y obstruccionismo
Una de las consecuencias de ellos es que el Congreso confunde continuamente el control político con la práctica de hostigar a los ministros, lo que en el caso peruano llega a niveles simplemente descabellados. Hay ministros que pasan más del 60% de su tiempo en los pasillos del Congreso, dando explicaciones a cada congresista, a cada comisión, a cada pedido de interpelación que se trama contra ellos, a cada pleno del congreso que los cita. Los parlamentarios han llegado a creer que el control político consiste en pedir cuentas al ejecutivo de todo, y por anticipado, con lo que socavan y obstruyen a capricho la labor del gobierno.
Se configura así un congresismo gris que hace ese juego destructivo desde el retorno a la democracia el 2001. Así se ha construido, a puro punche, la imagen del Congreso como un poder conflictivo, ineficaz, y detestable. Amante de la oposición por la oposición y del escándalo gratuito, con el favor de la prensa insensata que trabaja a diario para labrar ese desprestigio.
Una minoría rebuscada de congresistas tiene conciencia del enorme rol que la ciudadanía les encarga al elegirlos. Son ellos los que a duras penas logran mantener la imagen del Congreso; y a más duras todavía logran producir leyes de interés para
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