Page 21 - Comunidades 3
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Las facciones del congresismo gris actúan convencidas de que la población les ha dado el voto para que se ocupen de desestabilizar al gobierno desde el primer instante. Eso hicieron sistemáticamente con Toledo, con Humala, con PPK, con Vizcarra y lo hacen ahora campantes y con mayor desparpajo con Pedro Castillo.
Claro está que hay actos que el Congreso no puede dejar pasar, como cuando el presidente desconoce a alguno de los poderes de la república. O cuando incurre en actos de ostensible inmoralidad que ponen en riesgo la conducción del país.
Hay episodios de la conducta de los presidentes con los que nunca vamos a estar de acuerdo. Por ejemplo, disolver caprichosamente el Congreso porque no se allana a las iniciativas legislativas del ejecutivo, como hizo Vizcarra con el apoyo de la prensa y la confusa actuación del Tribunal Constitucional. O cuando el presidente hace de la mentira su conducta política habitual desprestigiando la alta condición de su cargo.
Pero tampoco se trata de juzgar los actos del presidente y sus ministros livianamente, por cada desacuerdo que tienen con el Congreso. Hacer control político no equivale a sabotear la gobernabilidad y desestabilizar la democracia.
La función de control político – que algunos han tergiversado con la palabra “fiscalización”- lo tiene que ejercer el Congreso con extraordinaria responsabilidad. Las facciones parlamentarias no pueden hacerse uso libertino de la facultad de control político, para el infame propósito de fabricar enemigos, enfrentar a los poderes del estado, atacar al presidente de la república, o convertir al Congreso en un teatro de la persecución política.
Interpelar por interpelar
El congresismo gris ha desnaturalizado el control político y lo ha convertido en poder obstructor, lo que se amplifica en estos días con el visible descarrío con que se usa la interpelación. La finalidad de la interpelación es el control de los actos de gobierno. En modo alguno puede usarse para la cacería de las ideas o creencias, ni para coactar la libertad de pensamiento de quienes
pejercen el gobierno. El Congreso no puede comportarse como un poder para-policial ni como una corte para- criminal, ni como un poder persecutorio.
Por desgracia eso es lo que pretenden en estos días el grupo de congresistas que movidos por el sinsabor de la derrota electoral son empujados a la trampa fatal del odio contra el Presidente Castillo y al Canciller de la República Héctor Béjar Rivera, contra quién fuerzan una interpelación que no tiene asidero constitucional, ni político ni racional. Béjar es un intelectual de satisfactoria reputación nacional e internacional que tiene el encargo de implementar una política exterior al servicio de los intereses nacionales, y es lo que viene haciendo como Canciller de la República.
El pliego que se dirige contra Béjar es una intromisión grosera en su historia de vida y en la esfera de la libertad de conciencia, así como un indebido cuestionamiento de las potestades exclusivas del Presidente de la Republica a quién la Constitución encarga dirigir la política exterior y las relaciones internacionales.
El prestigio del Congreso vuelve a caer con todo esto. Había mejorado un tanto con las acciones del Congreso anterior que, sin hacer mucho aspaviento, aprobó más de una veintena de leyes a favor de la gente en las difíciles circunstancias de la pandemia. Con la actual composición, la nueva directiva, y las acciones que emprende recala en el estilo de las camarillas que han labrado el desprestigio del Congreso en todos estos años. En estos días el Congreso navega sustancialmente extraviado entre el totalitarismo ideológico de derechas y el odio contra los que ganaron la justa electoral.
Aun así, no se puede perder la esperanza de que los congresistas harán uso de la facultad de enmienda, y que de ellos saldrá, pese a todo, un impulso sano para poner fin a la hostilización del gabinete, para apoyar al nuevo Presidente y darle al Congreso un nuevo estilo de hacer política parlamentaria.
Es hora de sumar fuerzas para la recuperación del país, y aportar con leyes que ayuden a poner en práctica las importantes medidas que Castillo ha propuesto en su discurso del 28 de julio. Si la actitud del Congreso no se vuelve asertiva, la república del Bicentenario pasará sin trascendencia y seguiremos dando vueltas inútiles en el vacío de la confrontación que llevamos por doscientos
En busca del sentido de la república
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