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A una de las “pláticas de primera vez” acudieron siete mujeres que oscilaban entre los 30 y 50
años de edad. La distribución del espacio reproducía un estructura jerárquica, muy semejante al
sistema educativo tradicional en la relación docente/alumnado, es decir, al frente se encontraba la 23
trabajadora social como “sujeta de saber” quien explicaba en qué consiste la violencia de género y
cuáles son los servicios que brinda la UAPVIF, y, frente a ella, sentadas en filas como receptoras de
información, las mujeres sobrevivientes de violencia familiar.
Otra de las explicaciones que la trabajadora social brindó en dicha plática fue sobre el “ciclo de
la violencia” y los perfiles tanto de las/los receptoras/es como de las personas agresoras. Estos
perfiles se asemejaban a una lista de verificación en la que las mujeres señalaban las características
de ellas mismas o de sus parejas que mejor retrataban la violencia que vivían. El reconocimiento en
estas “categorías” es indispensable para poder ingresar a la Unidad y recibir el apoyo psicológico. De
acuerdo con lo anterior, estos perfiles favorecen la estigmatización de las mujeres como “víctimas”
de violencia familiar, resaltando características como: inseguridad, dependencia del otro, depresión,
“baja autoestima”, vulnerabilidad; sin posibilitar su reconocimiento como sujetas de derecho.
Hace más de diez años, Lang mencionaba que dentro de la Procuraduría General de Justicia
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del Distrito Federal (PGJDF) prevalecían los perfiles criminológicos, tanto en agresores como
en víctimas, dicha situación, a pesar de tener tantos años se puede ver también en la práctica
actual de la UNAVI. Esta práctica resulta sumamente importante si, retomando a Arfuch, Rozados
y Cattaneo , se reconoce la performatividad del lenguaje y su producción de efectos en la
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constitución subjetiva de las mujeres. Por lo cual, a partir de este tipo de prácticas se corporeiza a
las mujeres en “víctimas”.
Estas prácticas estigmatizan a las mujeres como personas deficientes, y al tiempo que reducen
el problema de la violencia familiar a un problema de “autoestima”, no como algo más complejo
relacionado con una estructura social, económica y psíquica (como señala Izquierdo) que facilita
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que las mujeres sean las que vivan violencia.
Yessica Sánchez Rangel