Page 45 - Vida de San Agustín
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hacia su pueblo natal, con su madre rebosante de felicidad,

                  conversaron  día  y  noche  de  todo  cuanto  pudieron.  Sin


                  pestañear  ni  un  poco,  hablaban  desde  los  temas  más

                  insignificantes,  hasta  los  temas  más  altos  en  materia  de


                  espiritualidad,  como  si  hubieran  encontrado  la  pócima  de  la

                  inmortalidad.




                  Llegaron  a  Ostia  Tiberina,  un  puerto  por  donde  tenían  que

                  pasar; era tanta la felicidad de compartir la fe católica y amar


                  al  mismo  Jesús  que,  en  un  instante  de  inspiración  divina,

                  viendo juntos al cielo, quedaron suspendidos de los sentidos


                  físicos;  hasta  que,  habiendo  contemplado  los  misterios  del

                  Dios  Trino,  recuperaron  movilidad.  Fue  el  único  y  último


                  momento  que  esto  le  sucedió  junto  a  su  madre,  pues  en

                  pocos  días  ella  murió;  rogándole,  eso  sí,  que  jamás  se


                  olvidara de ella en la mesa del altar.




                  Fueron  días  largos  para  aquella  pareja  de  enamorados  de

                  Dios.  La  fiebre  le  duró  una  semana  a  aquella  señora,  que

                  tenía el alma de una quinceañera. La conversión de su hijo la


                  rejuveneció  tanto,  que  en  medio  del  dolor  y  la  fiebre  no

                  cesaba de alabar a Dios. Agustín no se despegó de ella ni un


                  instante porque sabía que en cualquier momento moriría. El






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