Page 6 - La desaparición de la abuela
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               UNA tarde del año 2006, Rodrigo y Esteban volvían de la escuela. Rodrigo
               estaba por terminar la Secundaria y Esteban la Primaria. Los hermanos se

               entendían y se querían entrañablemente, aun cuando el segundo ya salía de la
               niñez y el primero entraba de lleno en la adolescencia.

               Rodrigo y Esteban compartían dos pasiones: el futbol y las computadoras.

               Esteban soñaba con ser el portero de la selección nacional y saber tanto como su
               papá sobre computadoras, y Rodrigo, con volver a revolucionar el campo de la
               informática y en formar una liga de futbol con los niños de la calle, sus amigos.


               Y es que Rodrigo tenía amigos de las calles de su colonia porque, una mañana en
               que iba a la escuela, vio cómo un automovilista bajaba de su auto para golpear a
               uno de ellos por el solo hecho de haberle limpiado el parabrisas. Rodrigo, quien
               se había dado cuenta de todo, se interpuso entre el violento individuo y el chico
               de su misma edad, e impidió que el sujeto le propinara un soberano coscorrón.


               Aquel día, Rodrigo y Fermín chocaron las palmas de sus manos, chasquearon los
               pulgares y se hicieron amigos para siempre. Y desde ese día, cada sábado
               Rodrigo y Esteban jugaban futbol en las canchas de la colonia con el equipo que
               formaron con sus cuates de la calle.


               El equipo se llamaba los Bamanes y portaba una camiseta que estuvo de moda
               cuando todos ellos eran bebés: la del héroe murciélago. Las camisetas eran
               especiales: la figura no permitía el paso de la luz del sol para evitar daños en la
               piel; fueron adquiridas poco a poco con los ahorros de todos y eran su tesoro
               más preciado.


               Con mucho trabajo fueron comprando una a una las camisetas del equipo, que
               Fermín guardaba celosamente en lo que llamaba con orgullo “su casa”. Cuando
               compraron la última de las doce camisetas, hubo toda una ceremonia en casa de
               Fermín y el equipo celebró con refrescos y papas fritas que corrieron por cuenta
               de Rodrigo y Esteban.


               Había dos cosas en la vida que a Rodrigo le requetechocaban: la pobreza en la
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