Page 41 - El Principito
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El  principito  se  ruborizó  una  vez  más.  Aunque  nunca  respondía  a  las
               preguntas, su rubor significaba una respuesta afirmativa.

                   —¡Ah! —le dije— tengo miedo.

                   Pero él me respondió:

                   —Tú  debes  trabajar  ahora;  vuelve,  pues,  junto  a  tu  máquina,  que  yo  te
               espero aquí. Vuelve mañana por la tarde.

                   Pero  yo  no  estaba  tranquilo  y  me  acordaba  del  zorro.  Si  se  deja  uno

               domesticar, se expone a llorar un poco...




                                                         XXVI


                   Al  lado  del  pozo  había  una  ruina  de  un  viejo  muro  de  piedras.  Cuando
               volví de mi trabajo al día siguiente por la tarde, vi desde lejos al principito
               sentado en lo alto con las piernas colgando. Lo oí que hablaba.

                   —¿No te acuerdas? ¡No es aquí con exactitud!


                   Alguien le respondió sin duda, porque él replicó:

                   —¡Sí, sí; es el día, pero no es este el lugar!

                   Proseguí  mi  marcha  hacia  el  muro,  pero  no  veía  ni  oía  a  nadie.  Y  sin
               embargo, el principito replicó de nuevo.

                   —¡Claro! Ya verás dónde comienza mi huella en la arena. No tienes más
               que esperarme, que allí estaré yo esta noche.

                   Yo estaba a veinte metros y continuaba sin distinguir nada.


                   El principito, después de un silencio, dijo aún:

                   —¿Tienes un buen veneno? ¿Estás segura de no hacerme sufrir mucho?

                   Me detuve con el corazón oprimido, siempre sin comprender.

                   —¡Ahora vete —dijo el principito—, quiero volver a bajarme!

                   Dirigí la mirada hacia el pie del muro e instintivamente di un brinco. Una
               serpiente  de  esas  amarillas  que  matan  a  una  persona  en  menos  de  treinta
               segundos, se erguía en dirección al principito.

                   Echando mano al bolsillo para sacar mi revólver, apreté el paso, pero, al

               ruido que hice, la serpiente se dejó deslizar suavemente por la arena como un
               surtidor que muere, y, sin apresurarse demasiado, se escurrió entre las piedras
               con un ligero ruido metálico.
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