Page 240 - Dune
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—Liet,  el  equipo  del  generador  de  campo  no  funciona.  No  puedo  esconder
           nuestra presencia a los detectores de proximidad.
               —¿Puedes repararlo? —preguntó Kynes.

               —No  inmediatamente.  Las  piezas  de  recambio…  —El  hombre  se  alzó  de
           hombros.
               —Sí —dijo Kynes—. Entonces nos las arreglaremos sin máquinas. Conecta a la

           superficie una bomba manual para el aire.
               —En seguida —el hombre se alejó apresuradamente. Kynes se volvió hacia Paul.
               —Me gusta vuestra respuesta —dijo.

               Jessica  notó  el  timbre  cálido  en  la  voz  del  hombre.  Era  una  voz  noble,
           acostumbrada a mandar. Y el otro hombre le había llamado Liet. Liet era su alter ego
           Fremen, el otro rostro del tranquilo planetólogo.

               —Os estamos muy reconocidos por vuestra ayuda, doctor Kynes —dijo.
               —Hummm…  ya  veremos  —dijo  Kynes.  Hizo  una  inclinación  de  cabeza  hacia

           uno de sus hombres—. Café de especia en mis habitaciones, Shamir.
               —Inmediatamente, Liet —dijo el hombre.
               Kynes señaló hacia una arcada abierta en la pared de la cámara.
               —Por favor.

               Jessica asintió dignamente antes de seguirle. Vio a Paul hacerle una seña a Idaho,
           indicándole que montara guardia.

               El pasadizo, de una profundidad de dos pasos, se abría a través de una pesada
           puerta a una pieza cuadrada iluminada por globos dorados. Jessica pasó su mano por
           la superficie de la puerta y descubrió con sorpresa que era de plastiacero.
               Paul dio tres pasos en la estancia y dejó caer la mochila al suelo. Oyó la puerta

           tras él, y estudió el lugar: unos ocho metros por lado, paredes de roca natural, color
           ocre,  una  serie  de  archivadores  metálicos  a  su  derecha.  Un  escritorio  bajo  con

           superficie de vidrio de color lechoso constelado de burbujas amarillentas ocupaba el
           centro de la estancia. Cuatro sillas a suspensor rodeaban el escritorio.
               Kynes  rodeó  a  Paul  y  ofreció  una  silla  a  Jessica.  Ella  se  sentó,  observando  la
           forma en que su hijo examinaba la estancia.

               Paul permaneció de pie el tiempo de otro parpadeo. Una leve anomalía en el flujo
           del  aire  de  la  estancia  le  reveló  que  había  una  salida  secreta  disimulada  en  los

           archivadores metálicos.
               —¿Os sentáis, Paul Atreides? —preguntó Kynes.
               Cómo evita darme mi título, pensó Paul. Pero aceptó la silla, permaneciendo en

           silencio mientras Kynes se sentaba a su vez.
               —Vos intuís que Arrakis podría ser un paraíso —dijo Kynes—. ¡Sin embargo,
           como podéis ver, el Imperio nos envía únicamente a sus adiestrados espadachines en

           busca de la especia!




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