Page 235 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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ASESINATO DE DARIO 229
horas de descanso, reanudaron la marcha y siguieron andando toda la noche, la
segunda; a la salida del sol llegaron a Thara, donde cuatro días antes había sido
apresado Darío por los amotinados contra él. Allí, Alejandro se enteró por los
informes de Melon, el intérprete del gran rey, que había quedado atrás, enfermo,
de que Artabazos y los griegos se habían retirado hacia el norte, a las montañas
tapurias, de que Bessos ejercía ahora el poder en vez de Darío, habiendo sido
reconocido como soberano por los bactrianos y los persas, y de que el plan de los
conjurados era retirarse a las provincias orientales y ofrecer al rey Alejandro la
entrega de la persona de Darío a cambio de que les reconociera la posesión plena
e independiente del oriente persa y, si el macedonio seguía avanzando, reunir un
ejército lo más poderoso posible y defender conjuntamente la posesión de las
provincias que tenían en sus manos; por el momento, todos estaban de acuerdo en
dejar a Bessos la dirección de todos los asuntos, probablemente por razón de su
parentesco con la familia real y por su derecho preferente a ocupar el trono.
No había tiempo que perder. Alejandro apenas descansó durante el ardoroso
día; al anochecer reanudó la marcha y anduvo sin detenerse durante toda la
noche; hombres y caballos apenas podían sostenerse ya en pie; a mediodía llegó
a una aldea (tal vez Bakchabad), en la que los amotinados habían acampado
el día antes, saliendo de allí al anochecer para marchar, según decían, toda la
noche; no podían estar ya muy lejos, pero los caballos estaban agotados, los
hombres rendidos de fatiga y el día calurosísimo; Alejandro se informó cerca de
los naturales del país de si no había un camino más corto para dar alcance a los
fugitivos; dijéronle que sí, pero que era muy penoso y sin agua. Este camino
fué el que Alejandro decidió seguir. Escogió los 500 caballos más frescos, los
oficiales que habían de montarlos y los hombres más bravos de la infantería,
ordenándoles ponerse en pie de marcha con sus armas; los agríanos quedáronse
atrás al mando de Atalo, con instrucciones para que siguiesen por la calzada mili
tar con la mayor premura posible, mientras el resto de las tropas, bajo las órdenes
de Nicanor' iban detrás de ellos, en marcha normal. Hecho esto, a la caída de la
tarde partió con sus “dobles combatientes” por el atajo sin agua. Muchos se
quedaron por el camino, sin poder resistir aquella fatiga sobrehumana y la sed
abrasadora. Al despuntar el alba, alcanzaron a ver la caravana de los amotinados,
dispersa y sin defensa alguna; Alejandro, seguido de sus tropas, lanzóse hacia
ella a todo galope. La sorpresa y el terror sembraron el desconcierto en la larga
columna de los persas, que se dispersaron entre un griterío salvaje; los pocos que
intentaron hacer resistencia no tardaron en sucumbir; los demás huían despavo
ridos, llevando en medio el carro de Darío, junto al que galopaban los conju
rados. Alejandro estaba ya cerca; no había más que un recurso para salir de
aquella situación: Bessos y Barsaentes atravesaron al rey atado con sus espadas
y salieron corriendo en distintas direcciones. Darío expiró a los pocos momentos.
Los macedonios encontraron su cadáver y Alejandro, según se cuenta, lo cubrió
con su púrpura.