Page 268 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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254 REORGANIZACION DEL EJERCITO
adiestrados para el servicio de las armas según los métodos macedónicos e incor
porarse luego al ejército como “epígonos". Pero, sin esperar a los resultados de
aquellas levas y aprovechando su estancia de dos años en la Bactriana, encuadró
en las filas de su ejército a contingentes bactrianos, sogdianos, parapanísades, etc.,
sobre todo para que sirvieran como jinetes.
En una palabra, el ejército de Alejandro, que hasta ahora estaba formado
por macedonios, helenos y bárbaros europeos, empezó a desarrollarse con arreglo
al carácter helénico que Alejandro se proponía imprimir a su imperio; y mientras
*qüé*"eñ los puntos centrales de todas las satrapías se dejaban guarniciones mace-
donio-helénicas más o menos fuertes que, al convertirse en colonias permanentes,
se transformaban de organizaciones puramente militares en comunidades civiles, en
policm· al modo helénico, los asiáticos enrolados al ejército expedicionario iban
helenizándose por medio de la comunidad y la disciplina militares.
Sin embargo, este ejército expedicionario era algo más que un organismo
puramente militar; encuadraba, además, a otros elementos y ejercía otras fun
ciones; formaba un mundo aparte, con características extraordinariamente pecu
liares. El campamento de las tropas en campaña era, al mismo tiempo, la corte
y centralizaba los servicios administrativos de aquel inmenso imperio, las funcio
nes civiles supremas, la tesorería y los servicios de intendencia, la dirección de
los suministros de armas, municiones y vestuario para el ejército, la de los abastos
y bestias de silla, tiro y carga y la sanidad de campaña. Además, en torno al
ejército y a la zaga de él desplazábase toda una nube de vivanderos, traficantes,
técnicos, proveedores y especuladores de todas clases, y no pocas gentes de letras,
que no tenían solamente por misión administrar enseñanzas a los hijos de la
nobleza; y además, los huéspedes, helénicos y asiáticos, profanos y sacerdotes; el
séquito de mujeres sería también considerable; y si el lincestio Alejandro siguió
al ejército como prisionero desde los sucesos de la Pisidia, hay que suponer que
tampoco quedaría atrás el idiota Arridaio, el bastardo de Filipo. En suma, este
campamento y esta corte en campaña eran, al mismo tiempo, la residencia ambu
lante del imperio, su poderoso y palpitante eje y centro de gravedad, que se des
plazaba de país en país y hacía sentir, lo mismo cuando se plantaba en un sitio
que cuando se hallaba en marcha, el peso de su poder.
Por último, tocaremos aquí un punto relacionado con los anteriores. Las
tropas expedicionarias de Alejandro habíanse puesto en campaña con las prendas
de vestir que correspondían al clima y a las costumbres nacionales de Macedonia;
pero este vestuario no era, indudablemente, el más adecuado para las condiciones
de países como el Irán, el Turán y la India, para las fatigas de aquellas marchas
interminables, para los cambios inevitablemente bruscos de la alimentación, del
sol abrasador, las tormentas de invierno de la alta montaña y los meses de lluvia
del trópico. Los encargados de velar por la salud de las tropas no tenían más
remedio que preocuparse de preservar su cuerpo del frío con vestidos calientes,
de proteger su cabeza contra los rayos ardorosos del sol, de envolver sus piernas, de