Page 293 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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LAS CIUDADELAS DE LOS HIPARCAS 289
la paz que tanto necesitaba para recobrar su antigua prosperidad y su vida flore
ciente, después de tantas luchas y tantos desórdenes. Había llegado el invierno,
el ultimo que Alejandro pensaba pasar en aquellas tierras; los diversos destaca
mentos del ejército reuniéronse en torno a Nautaca, para establecer allí sus cuarte
les de invierno. * Acudieron a Nautaca los sátrapas de las provincias más cercanas,
Fratafernes de Partía y Estasánor de Aria, quienes en el invierno anterior, estando
en Zariaspa, habían recibido distintas comisiones, relacionadas probablemente con
asuntos militares. Fratafernes hubo de regresar, con el mandato de apresar a
Autofrádates, el sátrapa de los mardios y tapurios, que empezaba a desdeñar de
un modo peligroso las órdenes recibidas de Alejandro. Atropates fué enviado a
la Media, con el encargo de destituir al sátrapa Oxidates, remiso en el cumpli
miento de sus deberes, y hacerse cargo de su puesto. También fué nombrado un
nuevo sátrapa para Babilonia, puesto que Maceo había muerto, correspondiendo
el cargo a Estamenes. Sópolis, Menides y Epócilo fueron enviados a Macedonia
para reclutar y traer nuevas tropas.
La tregua invernal de Nautaca fué aprovechada, a lo que parece, para prepa
rar la campaña índica, que Alejandro pensaba iniciar al verano siguiente, tan
pronto como las altas montañas fuesen más accesibles. Pero antes había que
descartar el último obstáculo; aún quedaban en pie, del lado de acá de estas
montañas, algunas ciudadelas en que se defendían las últimas fuerzas de los
rebeldes.
LAS CIUDADELAS DE LOS HIPARCAS
Alejandro se dirigió al comenzar la primavera contra las "rocas sogdianas”,
a las que había ido a refugiarse el bactriano Oxiartes y los suyos, por considerar
aquella fortaleza inexpugnable. Estaba abastecida de provisiones para un largo
asedio, y la abundante nieve caída durante el invierno la surtía del agua necesa
ria, a la par que hacía doblemente peligrosos los intentos de escalar aquellas rocas.
Una vez que estuvo delante de la ciudadela, Alejandro la intimó a la rendición,
prometiendo que dejaría salir libremente a todos sus defensores; éstos le contes
taron que, si quería asaltar la fortaleza, tendría que conseguir soldados con alas.
Decidido a tomarla a toda costa, mandó anunciar en su campamento por medio
del heraldo que era necesario escalar, costara lo que costara, la roca que sobresa
lía de la ciudadela, para lo cual establecía doce premios, que serían concedidos
a quienes primero llegasen a lo alto de ella: el primero de todos recibiría doce
talentos y el último uno, y todos los que tomasen parte en la empresa participa
rían de la gloria de haber realizado una gran hazaña. Trescientos macedonios,
adiestrados en la práctica de escalar montañas, dieron un paso al frente y reci
bieron las instrucciones necesarias; iban todos provistos de algunas estacas de
hierro de las que solían emplearse para fijar las tienda? de campaña y de fuertes
sogas. Hacia media noche aproximáronse a la parte más escarpada de la roca,
que era, por tanto, la que se hallaba menos vigilada. Al principio iban subiendo
lentamente; a cada paso se desprendían grandes pedazos de roca, enormes trozos