Page 80 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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72 PELIGROS DE FUERA
raron la democracia; Argos, la Elida y la Arcadia estaban dispuestas a sacudir
el yugo macedonio; por su parte, Esparta jamás se había sometido a él.
En vano envió Alejandro embajadores para asegurar su buena voluntad hacia
la Hélade y su respeto hacia las libertades vigentes en sus estados; los helenos
sentíanse jubilosos ante la certeza de que, por fin, habían vuelto los viejos tiempos
de la gloria y de la libertad; no dudaban ni por un momento de que la victoria
sería suya; en Queronea, todo el poder macedónico junto, al mando de Filipo y
Parmenión, había vencido a duras fuerzas a los ejércitos de Atenas y Tebas;
ahora, en cambio, tocios los helenos estaban unidos y sólo tenían en frente a nn
muchacho que apenas estaba seguro de su trono y que preferiría seguir recibiendo
en Pella las enseñanzas de Aristóteles antes que aventurarse a una lucha contra
toda la Hélade; el único general seguro de que disponía, Parmenión, estaba en el
Asia y con él una parte considerable de su ejército, acosado ya por los sátrapas
persas, y otra parte de él, al mando de Atalo, dispuesta a pasarse al lado de
los helenos para pelear contra Alejandro; Macedonia no contaba siquiera con los
jinetes tesalienses, ni con las fuerzas armadas de los tracios, ni con los peonios,
y hasta el camino de la Hélade se cerraría ante Alejandro, si acaso se atrevía a
exponer su reino a las embestidas de sus vecinos del norte y a los ataques de
Atalo. Y, en realidad, los pueblos del norte y del este amenazaban con levantar
se contra el poder macedonio o con irrumpir bandídescamente a través de las
fronteras del reino, a la primera ocasión que se les deparase.
La situación de Alejandro era angustiosa y apremiante. Sus amigos —hasta
los recientemente desterrados habían vuelto al país— le apremiaban para que
cediera antes de que todo estuviera perdido, para que se reconciliara con Atalo
y repatriase el ejército enviado ai Asia Menor, para que dejase hacer a los helenos
hasta que sus primeras furias se aplacasen, para que apaciguase a los tracios, a
los getas y a los ilirios por medio de regalos y desarmase con favores y mercedes
a los desertores. No cabe duda ele que, por este camino, Alejandro habría lle
gado a consolidarse en Macedonia y a gobernar en paz su país; y tal vez habría
podido también ir recobrando poco a poco la misma influencia sobre la Hélade
y el mismo poder sobre los bárbaros limítrofes de que en vida disfrutara su
padre, e incluso, si las cosas le salían bien, llegar a pensar en una expedición
guerrera contra el Asia, como había pensado su padre hasta la misma hora de su
muerte. Pero Alejandro estaba hecho de otra pasta; la decisión adoptada por él
en aquellos momentos angustiosos nos lo revela en toda la potencia y la audacia
de su espíritu. De él puede decirse lo que se dijo de otro héroe de tiempos
posteriores: “Su genio lo guiaba.”
Tres grandes masas formaban aquel embrollo de peligros: el norte, Asía y
la Hélade. Si Alejandro se lanzaba contra los pueblos situados al norte de su
reino, Atalo ganaría tiempo para robustecer sus fuerzas y conducirlas tal vez hacia
Europa; la alianza de las ciudades helénicas contra Macedonia cobraba bríos, y
Alejandro estaba obligado a combatir como un acto de felonía y una sublevación
abierta de los estados lo que podía castigarse, además, como la obra de una