Page 142 - La máquina diferencial
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—No hay marca de fabricante.
Mallory la miró.
—Hecha por máquinas. De Moses e Hijo diría yo. Unos dos años. —
Bien —parpadeó Oliphant—. He de asumir que las pruebas descartan a un
extranjero. Un veterano de Londres, con toda seguridad. Utiliza aceite de macasar
barato, pero es un hombre de capacidad craneal suficiente para poseer cierta astucia.
Ponlo en la basura, Bligh.
—Sí, señor. —Bligh se fue. Mallory palmeó la caja del reloj con una profunda
satisfacción.
—Su hombre, Bligh, me ha hecho un gran servicio. ¿Cree que le pondría
objeciones a una gratificación?
—Sin lugar a dudas —respondió Oliphant. Mallory percibió que había metido la
pata y apretó los dientes.
—¿Y esos invitados suyos? ¿Se me permitiría darles las gracias? Oliphant sonrió
con abandono.
—¡Cómo no!
Llevó a Mallory al comedor. Se habían quitado las patas de caoba de la mesa del
comedor de Oliphant y la gran superficie pulida descansaba ahora sobre sus esquinas
de pan de jengibre tallado, a pocos centímetros del suelo. Cinco asiáticos se sentaban
a su alrededor, con las piernas cruzadas en actitud de alienígena dignidad: cinco
hombres serios con los calcetines al aire y trajes de gala cortados a medida en Savile
Row. Todos hombres, lucían altos sombreros de copa de seda incrustados sobre la
sucinta cabeza. Su pelo era muy corto y muy oscuro.
Y también había una mujer, arrodillada a los pies de la mesa. Mostraba la
compostura de una máscara y tenía una hermosa melena, sedosa y negra. Vestía una
voluminosa prenda nativa, brillante y decorada con golondrinas y hojas de arce.
—Doctor Edward Mallory san o goshokai shimasu —dijo Oliphant. Los hombres
se levantaron con una peculiar elegancia: se balancearon hacia atrás un poco,
deslizaron un pie debajo del cuerpo y se enderezaron de repente con la ayuda de sus
flexibles piernas, como bailarines del ballet.
—Estos caballeros están al servicio de su imperial majestad, el Mikado del Japón
—dijo Oliphant—. Este es el señor Matsuki Koan, el señor Mori Arinori, el señor
Fusukawa Yukichi, el señor Kanaye Nagasawa y el señor Hisanobu Sameshima. —
Los hombres se inclinaron a la altura de la cadera, uno tras otro.
Oliphant no intentó presentar a la mujer, que permanecía sentada rígida e
inexpresiva, como si en secreto se sintiera molesta por tener que soportar la mirada de
un inglés. Mallory pensó que lo más inteligente era no mencionar el hecho ni
prestarle demasiada atención, de modo que se volvió hacia Oliphant.
—¿Japoneses, no? Usted habla la lengua, ¿verdad?
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