Page 144 - La máquina diferencial
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ligereza, como si aquel comentario tuviera sentido—. Bien, doctor Mallory, preste
mucha atención. El señor Matsuki Koan, que resulta que proviene de la muy
avanzada provincia de Satsuma, nos estaba mostrando una de las maravillas del arte
japonés. ¿Quién decía que era el artesano, señor Matsuki?
—Está hecha por hijos de la familia Hosokawa —respondió el señor Matsuki al
tiempo que se inclinaba—. Nuestro señor, Satsuma daimyo, es mecenas.
—Creo que el señor Matsuki hará los honores, Bligh —dijo Oliphant. Bligh
entregó al señor Matsuki una botella de güisqui. El japonés comenzó a verterla en una
elegante jarra de cerámica que tenía la mujer japonesa a su derecha. La joven no
respondió. Mallory empezó a preguntarse si estaba enferma, o paralizada. Luego, el
señor Matsuki encajó la jarrita en la mano derecha de la mujer con un seco chasquido
de madera. Se levantó y cogió un manubrio dorado que procedió a encajar en la parte
inferior de la espalda de la japonesa, hecho lo cual empezó a girarlo sin expresión
alguna en el rostro. Surgió de las entrañas de la mujer el agudo sonido de una bobina.
—¡Es un maniquí! —soltó Mallory sin pensar.
—Más bien una marioneta, en realidad —dijo Oliphant—. El término correcto es
«autómata», creo. Mallory tomó aliento.
—¡Ya veo! Como uno de esos juguetes de Jacquot-Droz, o el famoso pato de
Vaucanson, ¿eh? —Se echó a reír. Ahora era obvio que el rostro de máscara, medio
oculto por el elegante cabello negro, era en realidad madera tallada y pintada—. Ese
golpe debe de haberme ablandado las mientes. Cielos, qué maravilla.
—Cada cabello de la peluca está colocado a mano —dijo Oliphant—. Es un
regalo real, para su británica majestad. Aunque me imagino que el príncipe consorte,
y en especial el joven Alfred, también se quedarán prendados de ella.
La autómata comenzó a servir las copas. Tenía una bisagra en el codo, oculta por
la túnica, y una segunda en la muñeca. Servía el güisqui con un suave deslizamiento
de cables y un chasquido sordo de madera.
—Se mueve de forma muy parecida a un torno Maudsley guiado por máquinas —
observó Mallory—. ¿Fue ahí donde obtuvieron los planos?
—No, es enteramente nativa —respondió Oliphant. El señor Matsuki estaba
pasando pequeñas tazas de cerámica llenas de güisqui por la mesa—. Ni un trozo de
metal en su interior, todo bambú, pelo de caballo trenzado y muelles de hueso de
ballena. Hace ya muchos años que los japoneses saben fabricar estas muñecas.
Karakuri, las llaman.
Mallory tomó un sorbo de su güisqui. Escocés, de malta, sin mezclas. Ya estaba
un poco achispado por el coñac de Oliphant, y ahora la visión de la muñeca le hacía
sentirse como si se hubiera metido sin querer en una pantomima navideña.
—¿Camina? —preguntó—. ¿Toca la flauta, quizá? ¿O algo de eso?
—No, solo sirve bebidas —dijo Oliphant—. Pero con las dos manos.
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