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RASSINIER : La mentira de Ulises
ensuciar menos, después se ha dejado ir progresivamente.
Otros tres o cuatro, caídos por agotamiento a lo largo del día
[27] siguiente, han sido fríamente rematados con una bala en la cabeza.
¡Crac!, contra el suelo, ¡crac!
Los cuerpos han sido arrojados fuera sucesivamente, tras recoger los números de
registro; en el umbral de la tercera noche, las filas están considerablemente clareadas, se ha
pasado del miedo al terror y del terror al abandono completo.Se ha renunciado a salir de este
infierno, se ha renunciado incluso a vivir: ahora se deja uno morir en la sanies.
Llueve, llueve, llueve.
Sin embargo, se ha levantado un ligero viento que coge al convoy por el costado e
hincha la tela de tienda de campaña mal afianzada en unos postes improvisados, bajo la cual,
en cada rincón del vagón, se resguardan los centinelas en sus largas horas de vigilia: él ha
barrido las miasmas, y los de la S.S., nerviosos al partir, atareados aunque decididos y llenos
de esperanza todavía, están de repente preocupados. Desde hace algún tiempo, se oyen menos
disparos, menos chasquidos de revólver. Hasta los perros – ¡ los perros, oh, estos perros! –
muerden y ladran menos en las numerosas paradas. En cuarenta y ocho horas, de delante hacia
atrás, de apartadero en apartadero, de cambio de dirección en cambio de dirección, el convoy
se encuentra a menos de veinte kilómetros de su punto de partida. Avanzada la noche, ha
puesto la proa hacia el suroeste, después de haberlo intentado en vano hacia el norte, el sur y
el este: si esta vía está cortada como las otras, significa que se está cercado, que se será
aprehendido. Han fruncido el ceño, los de la S.S., después se han transmitido la noticia de
vagón en vagón, desde el de cabeza al de cola, tras lo cual se han replegado en sí mismos.
--¡Estamos cercados, vamos a ser cogidos!
Esto les ha trastornado; van a ser detenidos, todos estos cuerpos inconscientes que
yacen van a encontrar de nuevo la vida, levantarse para acusar, el delito será flagrante.
Todavía en el transcurso de la mañana, se les había oído interpelarse frecuentemente
con gritos guturales, decir chistes y lanzar grandes risotadas a las muchachas que, a lo largo
del recorrido, tristes y desilusionadas, sólo les concedían ya escasos y melancólicos
estímulos. Ahora, se callan: sólo un chasquido del encendedor o la punta roja de un cigarrillo,
vienen de vez en cuando a rozar este silencio mortal, o a turbar la densa y húmeda oscuridad
de la noche.
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Llueve, sigue lloviendo, llueve sin cesar, llueve sin fin: el cielo es inagotable.
He aquí que, además, el viento se ha hecho más fuerte. Silba agudamente por los
intersticios de las tablas y el agua cae en tromba. Las telas de tienda de la S.S. se hinchan
desmesuradamente, sus postes se doblan . Repentinamente, detrás, cede una atadura, después
otra: la tela empieza a ondear como una bandera, a restallar desde el exterior contra la pared. El
S.S. echa un terno. Después, refunfuñando y jurando intenta reparar el daño. En vano: cuando
lo logra por un lado, el viento se lleva el otro.
-- Gott verdammt!
Después de dos tentativas infructuosas, renuncia. Bruscamente se vuelve hacia el
desdichado que está más próximo. Un golpe con la rodilla, una patada en los riñones,
después:
-- Du – grita -, Du!... Du, blöder Hund!
¿Bloder Hund ? El hombre ha oído, comprendido de dónde venía la llamada, reunido
automáticamente todas las fuerzas que quedaban en él, y se ha incorporado completamente
asustado. Cuando ha visto lo que se esperaba de él, esto le ha tranquilizado un poco. Se ha
levantado en alto --¡dejado levantar!-- sobre la telera, equilibrado sobre las rodillas y las
manos. Después, con muchas precauciones para no caer de coronilla sobre el balasto --¡para no
caer sobre el balasto!-- ha vuelto a traer la tela, ayudado al otro a sujetar de nuevo las esquinas
sobre los postes.
-- Vertig?
-- Ja, Herr S.S.
Entonces , sucede una casa extraordinaria: el hombre se vuelve a encontrar. De repente,
en un relámpago. De no haber sido por la oscuridad y la lluvia, se habría visto una extraña
llama encender súbitamente sus ojos. Al mismo tiempo, ha comprendido que está de rodillas,
sobre el borde de la pared, con las dos piernas vueltas hacia el exterior, que el tren no marcha
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