Page 16 - Rassinier Paul - La mentira de Ulises
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RASSINIER : La mentira de Ulises
muy rápidamente, que llueve, que la noche es oscura, que los norteamericanos están quizás a
doce kilómetros, que la libertad...
¡La libertad, oh, la libertad!
Con esta evocación, una inexplicable locura se apodera de él, que hace un momenot,
tenía miedo a caer de espaldas – ¡ oh, ironía! – una gran luz entra en su cerebro, inunda,
invade todo su cuerpo.
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-- Ja – repite. Después grita -: Ja! Ja! Ja...aah!
Antes de que el otro haya tenido tiempo, incluso de ser sorprendido, el hombre, el
esqueleto, el medio muerto, tensa sus músculos en un supremo esfuerzo, apoya sus pobres
brazos en el borde de la tabla y, con un golpe seco, se arroja hacia atrás. Oye el traquido de
una salva que resuena en su cabeza y tiene todavía la fuerza, la asombrosa lucidez, de pensar
que cae en un ángulo muerto. Se siente cogido y, en cuerpo y alma, rueda en la nada de la
inconsciencia.
-- ¡ Cha!... ¡ Cha!... ¡ Clac! ¡ Chacacha!... ¡ Clac! ¡ Cha!... ¡ Clac!... ¡ Taratatata!... ¡
Cha!... ¡ Cha!... ¡ Cha!... La máquina suda, silba, vacila, patina, sigue petardeando. Las
armas han comenzado de nuevo a vomitar la muerte. Poco a poco, el gran silencio indiferente
de la naturaleza adormecida se vuelve a cerrar sobre el drama que se prolonga, turbado
solamente por el débil ruido regular de la lluvia en el viento que se desliza.
Llueve, llueve, llueve.
* * *
No llueve más.
Algunas horas han transcurrido: dos, tres, cuatro quizás. El cielo se ha cansado
finalmente. En el negro espesor, esponjoso, algo se ha movido, allá, hacia abajo de la línea
férrea.
Han intentado abrirse primeramente dos ojos, pero los párpados entumecidos se han
cerrado en un brusco reflejo, como si la cabeza estuviese bajo el agua.
Una garganta reseca se ha contraído para recoger saliva y trae un sabor de tierra sobre la
lengua. Un brazo ha iniciado un gesto que ha sido paralizado a mitad de camino por un dolor
agudo en el codo, sordo en el hombro. Después, nada más: el hombre se ha sentido vacío, con
la sensación de un extraño bienestar y de buena fe, ha creído dormirse de nuevo.
Al instanto, le recorre un escalofrío y le envuelve. La piel, sobre su pecho, está
despegada de la húmeda ropa. ¡Brr!... Ha querido encogerse en un ovillo, poner su pierna
debajo: ¡ ay!... Entonces ha tratado de despertarse, sus párpados se han movido
nerviosamente, ha forzado sus ojos para que queden abiertos: los ha fijado en el negro opaco,
absoluo, pesado. Un deseo de toser sube de sus pulmones, rompe en él. Guarda la impresión
[30] de que su cuerpo yace en trozos dispersos y doloridos, en la hierba chorreante y sobre el
suelo enfangado.
Trata de pensar . Al primer esfuerzo, recibe como un choque en la cabeza.
-- Los perros.
Esta vez se ha despertado. Revive todo. Una cascada de acontecimientos le asaltan, se
suceden y se montan los unos sobre los otros: el embarco, el convoy, el infierno del vagón, el
frío, el hambre, la tela de la tienda, el viento, el salto en la noche. El convoy: ¿volverá otra
vez sobre sus paesos? Los perros: ¡ oh!, ¡ todo antes que esa muerte!
Quiere huir: imposible, los pedazos de su cuerpo están como clavados. Quiere reunirse:
cruje por todas partes, oye rechinar sus huesos los unos sobre los otros. Sin embargo es
preciso salir de ahí. A toda costa.
Su razonamiento toma otra dirección: una vía férrea, es un objetivo militer para los
asaltantes, un accidente del terreno para utilizar los atacados. Los alemanes van a utilizar ésta,
replegarse, se van a agarrar a ella, le van a encontrar.
-- ¡ Huir, oh! ¡ Huir! Alejarse unos centenares de metros al menos y esperar allí, en
mayor seguridad, la llegada de los norteamericanos: ¡primeramente ponerse en pie!
Primeramente ponerse en pie. Ha pensado alto, su voz tiene resonancias cavernosas, el
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