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Algunos llevaban meses a las órdenes de Hitler. Como Ezquerra, que peinó varias ciudades alemanas
            buscando voluntarios para sus compañías SS. O Antonio Pardo, combatiente de las unidades de la
            calavera en Viena. O Federico Martínez, SS capturado en Gorizia.

            Para otros, el apocalipsis comenzó cuando los soviéticos irrumpieron en Berlín el día 16 de abril. Fue
            el caso de los trabajadores españoles que dormían en los barracones de la empresa Motorenbau y
            otras fábricas cercanas a la estación de metro de Niederschöneweide. Ezquerra y su tropa de nazis
            importados made in Spain reclutaron a todo aquel que hablara castellano y pudiera disparar un arma.
            Recibieron una breve instrucción en Postdam y se acuartelaron en el  Ministerio del Aire. Tenían la
            misión de defender la Moritz Platz, en el centro berlinés.

            Más  de  50  soldados  españoles  pudieron  desertar  cuando  el  cerco  soviético  aún  no  se  había
            completado. Uno de ellos, llamado Pedro Portela, salió de Berlín el día 18. Según afirma el historiador
            José Luis Rodríguez Jiménez, escaparon «por la frontera suiza y se escondieron en los campos de
            refugiados».

            Los soviéticos, con una ventaja de uno a 10 en número de soldados, avanzaban con grandes pérdidas
            por las avenidas berlinesas. El día 25 tomaron el aeropuerto de Tempelhof y el distrito de Mitte. El 26
            conquistaron Zehlendorf. El 27 llegaron hasta Spandau y Pankov. Casa por casa. Día y noche.

            Durante los bombardeos de la artillería,  los españoles tuvieron que resguardarse en la estación de
            metro de Friedrichstrasse.

            Los  defensores,  entre  ellos  veteranos  de  la  División  Azul,  destruyeron  decenas  de  carros  T-34
            soviéticos  y  protagonizaron  una  encarnizada  resistencia,  pero  no  pudieron  impedir  que  los  ivanes
            atravesaran los puentes sobre el Landwehr y avanzaran hacia la  Cancillería. El día 30, el anillo se
            cerró sobre el edificio del Reichtag, la Postdammer Platz y la Puerta de Brandemburgo. Obligados a
            retroceder,  los  españoles  de  Ezquerra  huyeron,  con  los  carros  soviéticos  a  la  espalda,  por  la
            Friedrichstrasse, más cicatriz que calle, para atrincherarse cerca del búnker.

            Ajenos al suicidio del dictador, que sucedía unos metros más abajo, los supervivientes recibieron la
            orden de romper el cerco y crear un corredor para poder escapar de la capital del Reich. Junto a los
            niños de las Hitlerjugend, los españoles se lanzaron al asalto del puente de Havel, en Spandau-West.
            La mayoría cayó bajo el fuego de ametralladora, que abría claros espantosos entre los asaltantes.

            Cuando se hizo evidente que la lucha había terminado, entre las ruinas humeantes de la Postdammer
            Platz, a pocos metros del búnker, comenzaron a aparecer figuras con el rostro negro, quemado por el
            fuego. Llevaban puesto un uniforme hecho jirones en el que sólo se distinguían dos rayos plateados en
            el cuello de la guerrera.

            Con los brazos arriba, alguno de ellos balbuceó unas palabras en ruso a sus captores: «Nix SS. Gitler
            kaputt» (No SS. Muerte a Hitler) y mostró una bandera española cosida en la manga izquierda bajo un
            águila que los identificaba como miembros de las SS.

            El día 31 Berlín capituló. Los pocos españoles que sobrevivieron pasaron años en el gulag, en las
            cárceles de Stalin.























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