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MAL DE OJO. 387
confianza, y no extrañarán verme esta noche
como me ven siempre.
— Es que....— empezó á decir; pero su hija la
interumpió, preguntando
— ¿Qué?
— Que acaso tengamos una nueva visita.
— ¿Nueva?
— Pues.
— ¿Las señoras de?....
— No; no se trata de señoras. Señoras, bas-
tantes estamos en el mundo.
—¿Pues de quién se trata?— preguntó Leo-
cadia.
— Se trata de un joven,— le contestó la madre.
— ¿ Y para un joven ( volvió á preguntar) he
de ponerme la falda de color de rosa?
Esta pregunta de Leocadia se tendrá por in-
verosímil , si no se tiene en cuenta que las mu-
jeres se visten principalmente para las mujeres,
porque ellas son los verdaderos votos en la
materia. Ellas son las que saben apreciar el valor
de los adornos y los efectos del tocado ; ellas se
encuentran, se repasan y se desmenuzan de arri-
ba á abajo. La crítica del tocador les pertenece
de derecho.
— Sí (le contestó la madre). Es un joven
que viene por primera vez á casa, y la falda de
color de rosa es la que mejor te sienta.
— Pero bien (replicó Leocadia); aunque ese