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MAL DE OJO.
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Plácido volvía la cabeza , miraba de nuevo , y
desaparecía.
Entonces entrambas quedaban silenciosas por
algunos momentos , hasta que una , cualquiera
de las dos, decía algo, se enredaba una conver-
sación y hablaban por los codos , como hablan
diez y ocho años de inocencia y veinticinco de
malicia.
Una tarde sucedió, con corta diferencia, lo que
acabo de contar y las dos amigas se quedaron
,
silenciosas luego que Plácido hubo desaparecido
en el extremo de la calle y hubo enviado á los
dos balcones su última mirada.
Ambas continuaban distraídas, como si la ha-
bitual locuacidad que de continuo animaba sus
lenguas estuviese agotada.
Victoria fué al fin la que rompió el silencio,
diciendo
— Los caballos son anímales nobles y hermo-
sos , y muy inteligentes.
— Sí (añadió Leocadia); yo los he visto tra-
bajar en el Circo de Rivas, y hacen cosas que
parece mentira.
— Donde trabajan admirablemente replicó
(
Victoria contrayendo las cejas) es en el Circo
de Price.
— Es lo mismo (dijo Leocadia). Circos son ios
dos y caballos los unos y los otros.
,
— Sin duda (volvió á replicar Victoria). Cir-