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MAL DE OJO.
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que tenía delante, y por un capricho del cristal,
se le apareció la cabeza de su amiga deforme : la
boca torcida , formando una mueca horrible; los
ojos inflamados como los ojos de las fieras cuan-
do muerden, las cejas erizadas y fruncidas , la
frente sombría y amenazadora. La cabeza que
vió Leocadia en el espejo fué una cabeza espan-
tosa. Pero la visión duró poco, porque volvió
los ojos asustada y se encontró digámoslo así,
t
,
con la realidad de su amiga , que ciertamente
era otra cosa , y no pudo contener una excla-
mación de asombro al verla.
—¿Te asusto?— le preguntó Victoria.
— No (le contestó); me admiras.
-¿Sí?
—Sí.
— ¿Cómo me encuentras?
— Ya te lo he dicho : admirable.
—¿Te burlas?
— No: jamás te he visto tan bella. No sé en
qué consiste la expresión que advierto en tu sem-
blante: me parecen más blancas tus mejillas y
más negros tus cabellos. ¿Qué has hecho con tu
cabeza?
— Lo de siempre (contestó Victoria). ¡Qué
he de haber hecho! Peinarla.
—¿Tú?
— Yo.
— ¿Tú sola?— volvió á preguntar Leocadia.