Page 239 - Fantasmas
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Joe Hit



       con  aroma a pinos que entraba por la ventana.  Después de aque-
       lla primera vez  me preguntó  qué quería ser  de mayor  y le con-
       testé  que  quería aprender  a volar en  ala delta.  Yo tenía  diecio-
       cho años, ella también  y la respuesta  nos  satisfizo  a ambos.
            Más  tarde, poco  después de que ella terminara  la escuela
       de enfermería  y ambos  nos  instaláramos  juntos  en  un  aparta-
       mento  en  el centro  de la ciudad,  me  preguntó  de nuevo  qué
       quería hacer  con  mi vida.  Yo había pasado el verano  trabajan-
       do como  pintor de brocha  gorda, pero  aquello  se  había  aca-
       bado.  Todavía  no  había  encontrado  un  nuevo  trabajo y Angie
       dijo que debería  tomarme  tiempo para  pensar  a lo que  real-
       mente  deseaba  dedicarme.  Quería que volviera  a la universidad
       y le prometí  que  lo pensaría  y, mientras  lo hacía,  se  me  pasó
       el plazo de inscripciones  para el siguiente semestre.  Me sugirió
       hacerme  paramédico  y dedicó  varios  días  a recopilar  todos
       los papeles  necesarios  para  hacer  mi solicitud  para  entrar  en
       el programa  de formación:  cuestionarios,  y formularios  de pe-
      tición  de becas.  Todo un  montón,  que estuvo  varios  días junto
       al fregadero,  llenándose  de manchas  de café, hasta que alguno
      de los dos lo tiró.  No  era  la pereza  lo que  me  impedía hacer-
      lo. Era, simplemente,  que  me  sentía  incapaz.  Mi hermano  es-
      taba estudiando  medicina  en  Boston  y pensaría  que intentaba
      imitarlo  en  la medida  de mis limitadas  posibilidades,  una  idea
      que me  ponía enfermo.
            Angie dijo que tenía  que haber  algo que yo quisiera  ha-
      cer  con  mi vida y le contesté  que quería vivir en  Barrow,  Alas-
      ka, en  los confines  del Círculo  Polar  Ártico,  con  ella, y criar
      hijos y perros  malamutes  y tener  un  jardín en  un  invernadero
      en  el que  plantaríamos  tomates,  ejotes  y cannabis.  Dejaría-
      mos  atrás  el mundo  de los supermercados,  de internet  de ban-
      da ancha y de la fontanería.  Diríamos  adiós a la televisión.  En
      invierno,  la luz septentrional  pintaría  el cielo  sobre  nues-
      tras  cabezas  y en  el verano  nuestros  hijos jugarían  en  liber-




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