Page 99 - Fantasmas
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Joe Hit
generosos. Tenía los ojos de color azul cristal y la piel tan blan-
ca como la de Art. Era la primera vez que veía a una persona
inflable desde que Art se alejó volando con sus globos. Un chi-
co que caminaba detrás de mí le silbó. Yo me eché a un lado,
y cuando pasó junto a mí le puse la zancadilla y vi cómo sus li-
bros salían disparados en todas direcciones.
—¿Qué eres, un psicópata? —aulló.
—Sí —le contesté —. Exactamente.
Se llamaba Ruth Goldman. Llevaba un parche de goma
en uno de los talones, donde se había cortado al pisar unos cris-
tales rotos cuando era una niña, y otro más grande en el hom-
bro izquierdo, donde una rama se le había clavado en un día de
viento. La escolarización en casa y unos padres especialmente
protectores la habían salvaguardado de daños mayores. Am-
bos estudiábamos Literatura Inglesa. Su escritor preferido era
Kafka, por su comprensión del absurdo; el mío Malamud, por-
que sabe lo que es la soledad.
Nos casamos el mismo día que me licencié. Aunque sigo
dudando de la existencia de la vida eterna, no necesité que me
convenciera para convertirme y para, finalmente, aceptar que
necesito que la vida tenga una dimensión espiritual. ¿Puede lla-
marse conversión a eso? La realidad es que yo no tenía nin-
guna creencia previa de la que convertirme. Pero, sea como sea,
nuestra boda fue judía y cumplí con el rito de pisar una copa
bajo un paño blanco con el tacón de la bota.
Una tarde le hablé de Art.
«Es muy triste. Lo siento mucho», me escribió con una
cera. Después puso su mano sobre la mía.
«¿Qué pasó? ¿Se quedó sin aire?»
—Se quedó sin cielo —contesté.
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