Page 105 - La sangre manda
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capacidad  de  almacenamiento  es  colosal;  su  alcance  imaginativo  es

               inasequible a nuestra comprensión. No creo que cuando muere un hombre o
               una mujer, arda solo una biblioteca; creo que queda en ruinas todo un mundo,
               el mundo que esa persona conocía y en el que creía. Piensa en eso, chaval:
               hay miles de millones de personas en la Tierra, y cada una de esos miles de

               millones de personas tiene un mundo dentro. La Tierra que sus mentes han
               concebido.
                    —Y ahora el mundo de mi padre se está muriendo.
                    —Pero no el nuestro —dice Doug, y da otro apretón a su sobrino—. El

               nuestro seguirá aún durante un tiempo. Y el de tu madre. Tenemos que ser
               fuertes por ella, Brian. Tan fuertes como nos sea posible.
                    Guardan silencio  y,  contemplando  al  hombre moribundo  en  la  cama  de
               hospital,  escuchan  el  bip…  bip…  bip  del  monitor  y  la  lenta  respiración  de

               Chuck Krantz mientras inspira y espira. En cierto momento se interrumpe. Su
               pecho queda inmóvil. Brian se tensa. De pronto, el pecho de su padre vuelve a
               elevarse con otro de esos estertores agónicos.
                    —Envíale un mensaje a mamá —dice Brian—. Ahora mismo.

                    Doug ya ha sacado el teléfono.
                    —Me he adelantado a ti.
                    Y escribe: Mejor será que vengas, hermana. Brian está aquí. Creo que
               Chuck se acerca al final.





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               Marty  y  Felicia  salieron  al  jardín  de  atrás.  Se  sentaron  en  unas  sillas  que

               habían  bajado  del  patio.  Ya  se  había  ido  la  luz  en  toda  la  ciudad,  y  las
               estrellas brillaban con intensidad. Marty no las veía resplandecer de ese modo
               desde  su  infancia  en  Nebraska.  Por  aquel  entonces  tenía  un  pequeño
               telescopio con el que estudiaba el universo desde la ventana del desván de su
               casa.

                    —Ahí está Aquila —dijo—. El Águila. Y ahí Cygnus, el Cisne. ¿Lo ves?
                    —Sí.  Y  ahí  está  la  estrella  Po…  —Se  interrumpió—.  ¿Marty?  ¿Has
               visto…?

                    —Sí —dijo él—. Acaba de apagarse. Y ahí se va Marte. Adiós, Planeta
               Rojo.
                    —Marty, tengo miedo.
                    ¿Estaría Gus Wilfong mirando el cielo esa noche? ¿O Andrea, la mujer
               que había formado parte del comité de vigilancia del barrio con Felicia? ¿O



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