Page 24 - Extraña simiente
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Se paralizó. Sí, eran pisadas, pensó, pisadas que sonaban en las escaleras
empinadas y comidas por la carcoma.
* * *
Henry Lumas esperaba que Rachel no reaccionara como la señora
Schmidt. «No, no», repetía la mujer una y otra vez —Lumas nunca supo
distinguir si era por angustia o por vergüenza— mientras cruzaba los brazos
estúpidamente sobre su pecho, protegiéndolo o bien negándolo. Un minuto
más tarde, Lumas se encontraba con la puerta en las narices.
Bueno, esta vez traía leña para regalar y ofrecía sus servicios como
carpintero, pensó Lumas. ¿Cómo podía rechazarle la mujer?
Se puso a estudiar la casa. Desde donde estaba no se veían muchas huellas
de la violencia que había sufrido. Era una casa pequeña, incluso se podría
decir que era bonita. Las viejas paredes de madera verde y el tejado de pizarra
se fundían perfectamente con el entorno. Exactamente, recordó Lumas,
algunas noches, al acostarse el sol, sobre todo cuando la casa había estado
deshabitada —como lo había estado durante dos años—, se hacía invisible,
como si la tierra la hubiera recuperado. Esa ilusión de que la casa y la tierra
formaban una unidad ya fuera de día o de noche, desaparecía al acercarse uno
mucho. Había sido construida por personas que la habían habitado. Nada, ni
las peores yerbas podían crecer en el terreno de tierra batida que se extendía
desde el pie de las burdas escaleras hasta los palos de madera plantados a
unos siete metros; varias generaciones de mujeres habían tendido la ropa
recién lavada entre esos dos palos. Había grietas a lo largo del muro de piedra
cubiertas de cemento que antes, cuando estaban vacías, habían sido nidos de
avispas, nidos que uno de los muchos inquilinos de la casa había destruido.
Delante de la casa, algún joven romántico había grabado las iniciales J. S. y,
debajo, el nombre ‘Mary’ en el tronco del olmo centenario que había perdido
recientemente una de sus ramas principales en una violenta tormenta eléctrica.
Alguien, Lumas se imaginaba que serían los Schmidts, había dado una capa
de pintura marrón claro al marco de la ventana de la cocina con la probable
intención de reparar y de pintar toda la casa.
Lumas despertó de su ensoñación momentánea al percibir un movimiento
en la ventana. Prestó atención y distinguió una cara en la ventana. ¿Había
vuelto el marido tan deprisa? No. Vio que era Rachel, la mujer. Allí estaba; la
suave caída de sus hombros, el óvalo oscuro del rostro, el cabello moreno
cayéndole sobre el pecho. Estaba tan quieta que parecía formar parte de la
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