Page 42 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
P. 42
carteles del peor gusto. Había un horrible judío con el más asombroso chaleco
que haya contemplado en mi vida a la entrada, fumando un pésimo cigarro.
Llevaba unos rizos grasientos, y un enorme diamante resplandecía en el
medio de su camisa manchada. “¿Tiene palco, milord?”, dijo al verme, al
tiempo que se quitaba el sombrero en un gesto de espléndido servilismo.
Había algo en él, Harry, que me asombraba. Era tan monstruoso… Te
burlarás de mí, lo sé, pero la verdad es que entré y pagué nada menos que una
guinea por un palco de patio. Hasta hoy mismo sigo siendo incapaz de saber
por qué hice tal cosa. ¡Pero, de no haberlo hecho, mi querido Harry, de no
haberlo hecho, habría dejado pasar el romance más importante de mi vida!
Veo que te burlas. ¡Es horrible que lo hagas!
—No me burlo, Dorian; al menos, no de ti. Pero no deberías llamarlo el
romance más importante de tu vida. Deberías llamarlo el primer romance de
tu vida. Tú siempre serás amado, y siempre estarás enamorado del amor. Te
aguardan cosas exquisitas. Esto no es más que el principio.
—¿Te parece mi naturaleza tan superficial? —exclamó Dorian Gray
irritado.
—No, me parece demasiado profunda.
—¿Qué quieres decir?
—Mi querido muchacho, la gente que ama una sola vez en la vida es
verdaderamente superficial. Lo que ellos llaman su lealtad y su fidelidad, yo
lo llamo aletargamiento de la costumbre o falta de imaginación. La
infidelidad es para la vida emocional lo mismo que la coherencia para la vida
intelectual: la mera confesión de un fracaso. Pero no quiero interrumpirte.
Sigue contándome.
—Bien, pues me hallé sentado en un horrible y estrecho palco privado con
un telón vulgar delante de la cara. Miré tras la cortina, y eché un vistazo al
teatro. Era un escenario chabacano, todo lleno de cupidos y cornucopias,
como un pastel de bodas de tercera categoría. La galería y el patio de butacas
estaban bastante llenos, pero las dos filas de deslucida platea se hallaban casi
vacías, y apenas había nadie en lo que supongo que llaman el palco. Las
mujeres pasaban con naranjas y cerveza de jengibre, y había un espantoso
crujir de nueces continuo.
—Debía de ser como en los felices tiempos del teatro británico.
—Justo así, imagino, y bastante horrible. Empezaba a preguntarme qué
demonios haría, cuando reparé en el cartel. ¿Cuál crees que era la obra,
Harry?
Página 42