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Magnus
Los maestros herreros del monte Joerlak sólo se ponen de acuerdo en
una cosa: ni la más preciada de las aleaciones es tan valiosa como un
cuerno de magnoceronte. De todos esos cuernos, el más grande y afilado
pertenece a la bestia conocida como Magnus. Durante media generación
Magnus dedicó su tiempo a cornear a aquellos cazadores que intentaban
reclamar los tesoros de los de su especie. Cada noche regresaba a su
cueva con las pezuñas y cuernos teñidos de rojo hasta que un día la
matriarca urgió a él y su prole a buscar refugio al norte, más allá de la
sombra de la montaña. Magnus, no obstante, se tomó aquella predicción a
broma, sabiéndose infalible a la hora de defender a su pueblo. Los
magnocerontes no se moverían de allí, sentenció, pues un magnoceronte
no cree en el azar... y tampoco cambia jamás de opinión. Empero cuando el
monte Joerlak entró súbitamente en erupción y vio como medio clan moría
bajo el fuego y las llamas, Magnus tuvo que cambiar de opinión. Los
supervivientes apremiaron hacia el norte hasta que se toparon con un
cerco en el camino, vigilado por cientos de cazadores armados con arcos
y acero. Magnus no esperaba menos. Guió a sus más bravos hermanos en
una carga contra los enemigos y luchó con fiereza tal que sólo el volcán
que tenía tras de sí podría igualar. Mientras tanto, los magnocerontes
más ancianos, las madres y las crías se desvanecieron entre las sombras.
Existe división de opiniones entre los maestros herreros acerca de lo que
aconteció después. Muchos dicen que Magnus logró reunirse con los
suyos. Otros cuentan que recibió heridas mortales y acabó pereciendo
junto al cuerpo de la matriarca. Ninguna de estas teorías es acertada.
Magnus prometió volver a reunirse con su familia, sí... pero no sin antes
haber encontrado y asesinado con la furia de su cuerno a aquellos
responsables de la erupción del monte Joerlak, pues un magnoceronte no
cree en el azar.