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Luna
¿Cómo pudo verse reducida a esto? Ella, que una vez fue el Azote de
las Llanuras, despiadada líder de hombres y bestias, capaz de sembrar
el terror dondequiera que se aventuraba. Ahora estaba lejos de su
tierra natal, medio enloquecida por el hambre y meses de vagar, con su
ejército largamente muerto o vuelto a peor. Detenida al borde un
vetusto bosque, un par de brillantes ojos la espiaban desde una
gruesa rama. Un ser bello y letal que buscaba algo que llevarse a la
boca durante el marchito atardecer. Sin hacer ruido, dio media vuelta y
se largó. La rabia se apoderó de ella. Empuñando una vieja daga comida
por el óxido, fue tras la bestia decidida a recuperar aunque fuese un
ápice de su gloria pasada, pero su presa no se dejaría atrapar. Tres
veces arrinconó a la bestia entre rocas y árboles, y tres veces se
abalanzó sólo para presenciar cómo su desvaneciente sombra se
adentraba aún más en el bosque. Sin embargo, la luna llena brillaba
intensamente, y el rastro de la criatura era fácil de seguir. Al llegar a
un claro sobre la cima de una elevada colina, la enorme bestia de
forma felina se sentó en el espacio abierto, atenta y expectante.
Cuando la mujer blandió su daga, la criatura se alzó sobre sus patas
traseras, rugió y embistió. La muerte, al parecer, finalmente había
venido a por ella en este extraño lugar. Permaneció en pie, tranquila y
preparada para lo que estaba por llegar. Una ráfaga de movimientos y
la bestia arrancó la daga de su mano antes de desaparecer en el
bosque. Silencio. Figuras encapuchadas se acercaron. En un tono
reverente le revelaron que Selemene, Diosa de la Luna, la había
elegido, la había guiado y la había puesto a prueba. Inconscientemente,
había soportado los ritos sagrados de los Luna Oscura, guerreros de
los Bosques de la Noche Plateada.