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La Escuela, un lugar de cooperación y de convivencia
Por Gustavo García Garabal
“Enseñar exige saber escuchar”
(Paulo Freire)
En cada ocasión donde existe la posibilidad de pensar la escuela y los vínculos que en
ella se construyen y desarrollan me suena una pregunta: ¿podemos los docentes transformar
las propuestas competitivas, modeladas según los parámetros y anhelos de estas sociedades,
en momentos cooperativos que tiendan a favorecer la solidaridad, la inclusión y conviertan a
la escuela en facilitadora de los lazos interpersonales y de la convivencia genuina?
Nuestras sociedades, ultra preocupadas por el éxito y el desarrollo de competencias
profesionales cada vez más sofisticadas, estimulan vía propaganda teorías del desarrollo
cognitivo y artículos científicos, actividades de competencia en los distintos campos
disciplinares, sin detenerse a pensar o evaluar los compromisos emocionales involucrados en
esas competencias. En algunas ocasiones, en esa competencia, la violencia no está ausente.
Sea física, por ejemplo en los deportes, o psíquicas y simbólicas. Esta violencia se despierta
en estas actividades, tanto en los actores involucrados como en sus familias. Triunfar sobre el
otro implica que, para el triunfador como para el derrotado, la imagen del otro como sujeto
se vuelva invisible. Deja de ser el compañero, el amigo y cuando esto acontece aparecen la
burla, el desprecio, la culpabilización.
¿Nos hemos preguntado sobre las prácticas docentes donde el alumno se somete al saber ya
establecido, a los procedimientos estándar, borrando el placer del descubrimiento,
disciplinando la curiosidad y la búsqueda?
Entonces el juego y el aprendizaje dejan de ser actividades felices y se convierten en lugares
de padecimiento, un lugar de enfrentamiento y de luchas donde sin solución de continuidad
aparecen los conflictos y la violencia en el seno de las instituciones.