Page 159 - El Señor de los Anillos
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se quejaba de la mañana que le habían quitado y el frío maldecía el deseado
calor. Frodo estaba helado hasta la médula. Al cabo de un rato el canto se hizo
más claro y con espanto en el corazón Frodo advirtió que era ahora un
encantamiento:
Que se te enfríen las manos, el corazón y los huesos,
que se te enfríe el sueño bajo la piedra:
que no despiertes nunca en el lecho de piedra,
hasta que el Sol se apague y la Luna muera.
En el oscuro viento morirán las estrellas,
y que en el oro todavía descanses
hasta que el señor oscuro alce la mano
sobre el océano muerto y la tierra reseca.
Frodo oyó detrás de su cabeza un rasguño y un crujido. Incorporándose sobre
un brazo se volvió y vio a la luz pálida que estaban en una especie de pasaje, que
detrás de ellos se doblaba en un codo. Allí un brazo largo caminaba a tientas
apoyándose en los dedos y venía hacia Sam, que estaba más cerca, y hacia la
empuñadura de la espada puesta sobre él.
Al principio Frodo tuvo la impresión de que el encantamiento lo había
transformado de veras en piedra. En seguida sintió un deseo furioso de escapar.
Se preguntó hasta qué punto, si se ponía el Anillo, el Tumulario dejaría de verlo y
si encontraría entonces un modo de escapar. Se vio a sí mismo corriendo por la
hierba, lamentándose por Merry y Sam y Pippin, pero libre y con vida. Gandalf
mismo admitiría que no había otra cosa que hacer.
Pero el coraje que había despertado en él era ahora demasiado fuerte: no
podía abandonar a sus amigos con tanta facilidad. Titubeó la mano tanteando el
bolsillo y en seguida luchó de nuevo consigo mismo, mientras el brazo continuaba
avanzando. De pronto ya no dudó y echando mano a una espada corta que había
junto a él, se arrodilló inclinándose sobre los cuerpos de sus compañeros. Alzó la
espada y la descargó con fuerza sobre el brazo, cerca de la muñeca; la mano se
desprendió, pero el arma voló en pedazos hasta la empuñadura. Hubo un grito
penetrante y la luz se apagó. Un gruñido resonó en la oscuridad.
Frodo cayó hacia adelante, sobre Merry, y la cara de Merry estaba fría.
Luego recordó; lo había olvidado desde la primera aparición de la niebla, pero
ahora recordaba de nuevo: la casa al pie de la loma y el canto de Tom. Recordó
los versos que Tom les había enseñado. Con una vocecita desesperada se puso a
cantar:
—¡Oh, Tom Bombadil! —y al pronunciar el nombre la voz se le hizo más
fuerte y se alzó animada y plena y en el recinto oscuro se oyó como un eco de
trompetas y tambores.
¡Oh, Tom Bombadil, Tom Bombadilló!