Page 160 - El Señor de los Anillos
P. 160
Por el agua y el bosque y la colina, las cañas y el sauce,
por el fuego y el sol y la luna, ¡escucha ahora y óyenos!
¡Ven, Tom Bombadil, pues nuestro apuro está muy cerca!
Hubo un repentino y profundo silencio y Frodo alcanzó a oír los latidos de su
propio corazón. Al cabo de un rato largo y lento, le llegó claramente, pero de
muy lejos, como a través de la tierra o unas gruesas paredes, una voz que
respondía cantando.
El viejo Tom Bombadil es un sujeto sencillo,
de chaqueta azul brillante y zapatos amarillos.
Nadie lo ha atrapado nunca, Tom Bombadil es el amo:
sus canciones son más fuertes, y sus pasos son más rápidos.
Se oyó un ruido atronador, como de piedras que caen rodando y de pronto la
luz entró a raudales, luz verdadera, la pura luz del día. Una abertura baja
parecida a una puerta apareció en el extremo de la cámara, más allá de los pies
de Frodo; y allí estaba la cabeza de Tom (con sombrero, pluma y el resto),
recortada en la luz roja del sol que se alzaba detrás. La luz inundó el piso y las
caras de los tres hobbits acostados junto a Frodo. No se movían aún, pero habían
perdido aquel tinte enfermizo. Ahora sólo parecía que estuvieran sumidos en un
sueño profundo.
Tom se agachó, se sacó el sombrero y entró en el recinto oscuro cantando:
¡Fuera, viejo Tumulario! ¡Desaparece a la luz!
¡Encógete como la niebla fría, llora como el viento
en las tierras estériles, más allá de los montes!
¡No regreses aquí! ¡Deja vacío el túmulo!
Perdido y olvidado, más sombrío que la sombra,
quédate donde las puertas están cerradas para siempre,
hasta los tiempos de un mundo mejor.
A estas palabras respondió un grito y una parte del extremo de la cámara se
derrumbó con estrépito. Luego se oyó un largo chillido arrastrado que se perdió
en una distancia inimaginable y en seguida silencio.
—¡Ven, amigo Frodo! —dijo Tom—. ¡Salgamos a la hierba limpia! Ayúdame
a transportarlos.
Juntos llevaron afuera a Merry, Pippin y Sam. Frodo dejaba el túmulo por
última vez cuando creyó ver una mano cortada que se retorcía aún como una
araña herida sobre un montón de tierra. Tom entró de nuevo y se oyeron muchos
pisoteos y golpes sordos. Cuando salió traía en los brazos una carga de tesoros:
objetos de oro, plata, cobre y bronce, y numerosas perlas y cadenas y
ornamentos enjoyados. Trepó al túmulo verde y dejó todo arriba a la luz del sol.
Allí se quedó, de pie, inmóvil, con el sombrero en la mano y los cabellos al